miércoles, 19 de noviembre de 2014

Voy a dejar esto por aquí porque a veces es bonito simplemente dejar estas cosas por aquí




(¡SABOR!)

miércoles, 18 de junio de 2014

¿Multas por matar animales?

Un amigo pregunta en Facebook:

El Ayuntamiento de Zapopan multa con 10 mil pesos a mujer por maltrato animal y le cierra su negocio. ¿Un exceso esta fiebre a favor de animales?

La nota en cuestión es ésta. Yo digo que los que están sensacionales son los comentarios al final de la nota, pero eso es otro tema. El caso es que iba a contestar en la discusión de mi amigo y me extendí tanto que consideré ofensivo publicar mi comentariote y ya .

Como no considero ofensivo publicar esta ofensiva burrada en mi blog, la publico aquí.

Mis respuestas:

1. No me gusta que lo plantees como "fiebre" a favor de los animales: había un vacío legal en Jalisco y sus municipios; por supuesto, ahora mismo, cuando por fin hay reglamentos, contrastan con el pasado inmediato y parecen gigantescos. Cuando se hagan comunes ya no nos lo parecerán.

2. ¿Cómo se mide el monto de una sanción, una multa? Si el reglamento obligara a poner una multa de 9 mil pesos, ¿ya no parecería excesiva? ¿De ocho, de siete, de seis mil pesos...? ¿Un perro chihuahua vale lo mismo que un san bernardo? En muchos casos las multas se calculan con criterios muy transparentes y en otros, simplemente se copian sanciones que al legislador o al regidor le parecen equivalentes. A mí me parece una multa pequeñísima porque se trata de un atentado contra una vida; a otros les parece excesiva porque preferirían que hubiera una multa mayor contra los dueños de perros ruidosos. Son sanciones relativas; no hay consenso posible.

3. Ergo, todas las sanciones son polémicas y dependen, pues, de la posición del observador. A mucha gente le parece un exceso la multa por invadir un lugar para discapacitados (pero no tengan que andar con muletas ellas, ¿verdad?); a otra le parece un exceso la aplicable por conducir mientras se habla por teléfono (pero no los choquen a ellos, ¿verdad?); a otra, la propia por llevar cierta cantidad de mariguana (pero no sean vecinos de un pacheco, ¿verdad?). Creo que no debe perderse de vista que DEBE haber sanciones por actos como los de la nota y que no hay manera de calcular en dinero la vida de un perro, la de un pollo, la de una cucaracha o la de una ballena azul, de la misma manera que no hay forma de calcular el valor en dinero de una vida humana. Es exactamente lo mismo.

4. Cualquier sanción pecuniaria es apenas simbólica y se refiere SÓLO a la responsabilidad penal; regularmente la que nos importa es la responsabilidad civil. Por ejemplo, cuando alguien comete un asesinato, nos da igual que pague dinero si no pasa tiempo en la cárcel: eso es lo que nos da a entender que el Estado sanciona efectivamente el quebrantamiento de las leyes. La verdad es que la señora podría pagar 10 pesos, 10 mil o 10 millones, siempre y cuando le quede claro a los habitantes del municipio que está prohibido matar animales en esas condiciones.

5. Todo lo anterior para decir: ¿queremos sancionar la violencia contra animales de verdad? Cárcel. No hay de otra. Está muy estudiado que quien violenta animales está cerca de otros actos sociópatas. No hay manera de valorar la vida de un animal cualquiera en dinero; si consideramos que esa forma de violencia atenta contra la sociedad, entonces el castigo debe ser diferente. No es lo mismo matar a un animal que pasarse un semáforo en rojo, creo yo.

6. Perdón por extenderme.

(EJEM...)

miércoles, 4 de junio de 2014

PS Hoffman

Como todos sabemos, la felicidad es una cosa huidiza. Algunas personas, sin embargo, son incapaces de admitir ya no que nunca podrán controlarla, sino, siquiera, que pueden tocarla de vez en cuando.

PS Hoffman no estaba mejor armado que nadie contra la tristeza, si de verdad fue ésa su enemiga última. No sé si estaba enfermo; así le decimos, "estar enfermo", como quien tiene enfermedades "de verdad", de las que se diagnostican a tiempo y exigen un cierto tratamiento.

Si así era, igual que el resto de la humanidad "enferma" de tristeza, no podía hacer nada sino trabajar, como hace la gente de Al-Anon, por el día que le tocaba vivir. Es una lucha pesada y frustrante, porque a menudo termina en empate y, cuando gana uno, resulta sospechosa.

¿Qué habré hecho bien?, te preguntas. Y nada te convence de que quizá hayas logrado algo bueno. Algo bueno de verdad.

Hay personas así: incapaces de conformarse con lo que tienen no porque deseen más, sino porque desean dejar de desear, matar lo que hay adentro que las obliga a querer estar vivas. Hay gente que no quiere estar viva. Sin que eso signifique que quiera morirse. Hay gente que, simplemente, no soporta la felicidad de los otros porque sabe que es efímera y quiere advertirles: yo me he librado del engaño y sé que nada de eso perdura; no tengo nada mejor que ofrecerles, acá es todo peor de hecho, salvo ser libres de una mentira.

(AY)

viernes, 23 de mayo de 2014

William Hurt

Lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro lo adoro en el sentido de que mi adoración cuando la hay es para él. ¿Vieron A history of violence?



Y el video de cuando ganó el Oscar.



¿LO VIERON EN THE VILLAGE (gracias night gracias gracias gracias soportaré cada porquería que filmes por esto gracias gracias gracias)?



Y CARAJO CARAJO CARAJO VEAN THE KISS OF SPIDER WOMAN!!!



Fue alcohólico. Ya lo sabemos todos. Supongo que no dejará de serlo nunca en su vida.

Please don't let me be this understood.



Me inclino ante su poder.




(JESUS, RICHIE)

viernes, 11 de abril de 2014

Preparando un viaje

Preparando un viaje

Me gustan las ciudades, sus plazas,
sus calles, sus esquinas,
sentarme en la terraza de un bar
con un café delante
y dejar que pase el tiempo,
sin hacer nada, sin prisa,
observando esto y aquello,
y luego ir a alguna librería y revolver
un poco en los estantes,
y si hay río cruzar el puente
y repetir la misma operación al otro lado.
Me gusta estar solo entre la gente,
no ser nadie, no tener que ir a nigún sitio
pero poder ir a todos.
Me gusta la primera vez que me asomo
al espejo del baño del hotel,
ese momento de suspense,
recién llegado, cuando
no sabes si va a aparecer tu rostro
o el del último huésped, atrapado aún
en la memoria del azogue.
Me gustan los parques y los ríos
urbanos, pasear por ellos, a su lado,
especialmente en otoño.
Me gustan las ciudades, sí: andar.
mirar, vivir, enamorarme
de esa mujer del vestido rojo...

Karmelo C. Iribarren, Las ciudades
Fotografias publicadas en The Sartorialist

martes, 4 de febrero de 2014

Obituario: Philip Seymour Hoffman, el actor que era dueño de las bombas de tiempo



Una versión recortada de este texto se publicó en la sección Revista de El Informador el lunes 3 de febrero de 2014.


El actor que era dueño de las bombas de tiempo
Iván González Vega


Aunque medía sólo 1.77, Philip Seymour Hoffman daba la impresión de ser un gigante. Es una imagen equivocada que los espectadores nos formamos con ciertos actores capaces de lucir un temperamento arrollador. Era, efectivamente, uno de esos talentos del cine con carácter de bomba de tiempo: uno esperaba con paciencia a que estallara porque iba a ser un espectáculo, aun cuando estuviera pegando de gritos o apareciera ya estrafalariamente travestido, como en su famosa interpretación de Capote o en Flawless.

Su muerte deja un hueco, pues, bastante grande en Hollywood y en el off Broadway del que fue habitual —su compañía, LAByrinth Theatre, llegó a estrenar una obra por año—. Aunque los espectadores lo recordarán por su laureadísimo rol de Truman Capote en el descenso a los infiernos que fue la escritura de A sangre fría —papel que filmó al mismo tiempo, aunque estrenó un año después, Toby Jones en Infamous, con tanta o quizá mayor fortuna que Hoffman—, su filmografía de los últimos 20 años está repleta de títulos que parecen imprescindibles para el Hollywood contemporáneo. El director Paul Thomas Anderson lo tenía como uno de sus actores indispensables —sólo faltó a una cinta desde Boogie Nights hasta The master—, pero Hoffman pasó por lo independiente y lo comercial dejando un rastro magnético: era capaz de medirse a señores como Robert de Niro (la mencionada Flawless) o Meryl Streep (La duda) y de robarles la función, o de aparecerse como secundario entre galanes y hacerse lo más atractivo en la pantalla (Perfume de mujer, Regreso a Cold Mountain o El talentoso Mr. Ripley).

Lo conseguía, por supuesto, con base en un talento innegable, pero también con lo que se evidenciaba como una técnica actoral que parecía discreta y cuidadosa. Su voz podía ser poco atractiva, pero sabía emplearla como instrumento de carácter para imponerle su propio ritmo a las escenas; su corpulencia le otorgaba un singular peso frente a la cámara, pero su marca principal era una paciencia de lagarto en todo su lenguaje gestual, que era siempre económico y calculado, pero también contundente como un mazazo. No parecía sofisticado, sino solamente fuerte e incontestable, un gorilón adorable: el golpeador del salón que ha decidido defender a los pequeñitos.

Lo interesante de sus papeles eran los muchos matices que les daba entre lo patético y lo grotesco: salvó del ridículo a su personaje en Con amor, Liza, donde interpretó a un viudo adicto a aspirar gasolina, pero se permitió llegar hasta el nivel más triste y asqueroso en Happiness, de Todd Solondz, o en La hora 25, de Spike Lee. Luego, ya convertido en una estrella y alrededor de los años de Capote, probó su capacidad para ampliar su registro con papeles que parecían tan pequeños como el villano de Misión Imposible 3, Owen Davian, una bestia más espectacular que todos los efectos especiales de la saga protagonizada por Tom Cruise, y cuyo trabajo basó, precisamente, en una estrategia de contención: derrotado y rojo de rabia, pero sin alzar la voz siquiera, Owen Davian le juraba a los buenos de la cinta que cobraría venganza y los espectadores sabíamos que lo iba a cumplir.


Rabioso y derrotado igualmente era el personaje de uno de sus mejores trabajos: la última cinta del gran Sidney Lumet, Antes de que el diablo sepa que estás muerto, donde el director armó y condujo un reparto prácticamente infalible: Hoffman y su hermano, interpretado por un Ethan Hawke sensacional, hijos de Albert Finney, planean un asalto que les sale mal. Hoffman hace a Andy, el hermano más listo y fuerte, pero también el más desesperado, un heroinómano capaz de pasarle por encima a toda la familia y que ha renunciado a toda redención: un papel ideal para un actor que era como una bomba de tiempo pero que gobernaba la cuenta regresiva. Cuando descubre un adulterio clave para el argumento de la película, Andy no explota, pero su sola respiración —un elemento actoral que traiciona a la mayoría de los actores— es una síntesis de la amenaza y del peligro: vemos que el reloj marca cinco, cuatro, tres, dos... y, sin embargo, queremos que alguien se salve, aunque sea él, este canalla repugnante.


Es probable que otro de los mejores personajes en la filmografía de Hoffman sea, precisamente, el opuesto absoluto de su Andy: Phil Parma, el amable representante del espectador dentro de Magnolia, la película que catapultó desde el indie hasta la primera fila de Hollywood a Paul Thomas Anderson y sus actores favoritos —John C. Reilly, William H. Macy y Julianne Moore junto con Hoffman—. Phil es un enfermero que cuida a Earl —nada menos que el gran Jason Robards—, un magnate de la tele que agoniza, y le toca asistir al modo tormentoso como el millonario, ya con la mente perdida, se arrepiente de haber abandonado a su familia.

Los pocos minutos de Hoffman y Robards son lo mejor de Magnolia, incluso dentro de un melodrama casi teatral basado en desbocadas respuestas de los actores: Phil es un simple y discreto asistente médico, dispuesto a fingir que le enciende un cigarrillo invisible a su enfermo aunque tiene cáncer de pulmón, a escucharlo, a tolerar los estallidos de la esposa enferma, y hasta a intentar ayudarlo a que se redima. Es Phil el que, cuando todo dentro de la curiosa película se ha complicado, le dice por teléfono al empleado de una hotline: “Ésta es la parte de la película donde ayudas a un desconocido; y si esto pasa en las películas seguramente es porque pasa en la vida real”. La línea sería ridícula casi con cualquier actor, pero hace rato que el magistral Hoffman se ha comprado al público; Phil Parma hace que el espectador mueva la cabeza y diga que sí, que es verdad, mientras está sentado en la butaca y lo mira rogando en el teléfono: en la vida real, como dice este hombre, pasan las cosas que pasan en las películas.



Como pasa con todas las estrellas y con los artistas que no son ancianos, uno se pregunta si no es injusto que los actores famosos se mueran cuando queríamos verlos muchas veces más en la pantalla (¿qué habría hecho, a esta altura, Heath Ledger?). Philip Seymour Hoffman tenía 46 años de edad y, aunque había revelado el año pasado su fármacodependencia —a los veinte años dejó de beber alcohol—, parecía tener una larga carrera garantizada en Hollywood. Si no injusto, sí es una gran decepción que se pierdan así los actores generosos, que calculan cuánto apasionamiento y cuánta entrega resiste el espectador, pero igualmente se entregan por completo a personajes que, aunque no son protagónicos, son siempre memorables. Su descarada pose en cintas como La guerra de Charlie Wilson o Casi famosos, el modo en que brilla junto a una actriz del tamaño de Laura Linney en Los Savage, parecen hoy, ante todo lo que ya no llegó a hacer, un pequeño tesoro para Hollywood.

Tenemos que admitirlo: durante las últimas dos décadas estuvimos en presencia de uno de los grandes de verdad; uno de esos capaces de hacernos asentir, de decir que sí, mientras lo mirábamos desde la butaca: este señor no puede estar mintiendo: es verdad que en el cine, como él dice, pasan las cosas que pasan en la vida real.



(SNIF)