lunes, 1 de septiembre de 2008
¿Las mejores películas mexicanas?
Lo que es a mí, las palabras "cine" y "mexicano" casi no me caben juntas. No veo cine mexicano hace poco más de tres años, luego de una bienintencionada serie de torturas que me pagué en el cine. Porque yo solía confiar en el cine mexicano, y cada película nueva era basura, basura, basura y, a veces, basura conscientemente separada en casa para facilitar el reciclaje y esas cosas, pero basura al fin. En estos años recientes me permití un solo desliz, porque perdí una apuesta: vi Batallas en el cielo de Carlos Reygadas; ya había visto su Japón, y la considero la película más repelente de toda la historia del cine (se lo digo y se lo sostengo), y Batallas me dejó con una ceja levantada: ¡allí hay un autor!, me dije, y me añadí de inmediato: ¡Pero no lo tolero! Y es hora que, pese a la insistencia de amigos que respeto y de otros, cuya opinión en cine me es más bien escandalosa, no me animo a ver Luz silenciosa.
Pues bien. Luz silenciosa aparece como la tercera mejor película mexicana de los últimos 30 años, según consulta convocada por la revista Nexos y resuelta con cinco especialistas en el tema. Ése es el link al artículo en cuestión, pero Nexos es de paga; yo me he enterado por El Universal de toda la lista. La Jornada también metió la nota de su edición.
Los dos primeros lugares son Amores perros y El callejón de los milagros. Aparecen los obvios Arturo Ripstein, Paul Leduc, más de Fons y Jaime Humberto Hermosillo. Sólo está Santa sangre de Jodorowsky (y a mí, que no me gusta ni un poco su cine, ya me parece demasiado). Están dos recientes de Luis Estrada: su La ley de Herodes y su Un mundo maravilloso. Y aparece una película española-mexicana hecha por un director que hace años vive en España y que suele trabajar más bien en Estados Unidos y en la que participaron sólo actores españoles o europeos, según creo recordar: El laberinto del fauno, mejor conocida como Pan's labyrinth en muchísimos sitios del mundo porque ganó fama internacional con sus nominaciones al Óscar y porque de mexicana tiene lo que yo tengo de volador de Papantla: nada, chingado.
Si estoy metiendo la pata con esa última descripción, pues me disculpo. Pero, ¿qué hay de mexicano en El laberinto del fauno? ¿El lugar natal del brillante Guillermo del Toro, un auténtico monstruo del cine comercial actual que se permite ser, también él, a su modo, un autor?
A mí, de la lista, prácticamente no me gusta nada. De Los motivos de Luz de Felipe Cazals rescataría la actuación de Patricia Reyes Spíndola. Me gusta: Bajo California. El límite del tiempo, de Carlos Bolado. Pero ya esta elección me es polémica. Encuentro una cinta ambiciosa, rebasada en algunas pretensiones, muy exigente para el público. Y, para mí, hermosa, sencillamente profunda, entretenida y plásticamente irreprochable. Hay cosas en ella que no me explico, giros narrativos algo chocantes y dos o tres chistecitos que me sobran, tomando en cuenta el peculiar humor de la cinta. Y dos actuaciones para estudiar con mucha conciencia: la tan placentera de Jesús Ochoa y la auténticamente fascinante de Damián Alcázar, por mucho el mejor actor de cine que hay en este país.
Me gusta: ¿Cómo ves?, de Paul Leduc. Pero porque están los rocanroleritos viejos de cuando yo era niño. No por mucho más.
Me gusta: Sólo con tu pareja. Es un enorme chiste, pero me hace reír. Y está mejor filmada que el aburrido 80 por ciento de las cintas de la lista. Y luego Cuarón se fue a hacer cine a Estados Unidos y medio México reclama (¡porque todos somos México!) chauvinista amor sobre sus mejores cintas, como la estupenda Children of men.
Me gusta: Amores perros. Por razones obvias. Y Cabeza de Vaca, pero después de tantos años no estoy tan seguro porque no he vuelto a verla. Me gusta mucho, mucho de veras, Dos crímenes, de Sneider, y hasta estoy por preguntar en serio qué tal le quedó su adaptación reciente de una novela de Ángeles Mastretta, aunque creo que me arrepentiré a tiempo para salvación de mi alma.
Pero están, en la lista, Todo el poder de Sariñana, que es infame; El crimen del padre Amaro, que es aburridísima; Temporada de patos, que honestamente da una flojera tremenda aunque se le debe reconocer que apostó por un sentido del humor menos idiota que el del común de las comedias mexicanas contemporáneas; Mil nubes de paz surcan el cielo, amor, ay, amor, divino amor, cuándo tienes que volver a mí, si besando la cruz estás tú, cómo te voy a olvidar o como se llame esa somnífera cinta; y otras varias que no deberían estar allí. Y cuando pienso con qué reemplazarlas, no se me ocurre.
El otro día, en casa, aprovechando que tengo nuevos canales, pesqué una cinta mexicana que me hizo derramar más bilis que mi último trámite burocrático, pero que me dio más risa que un discurso del Peje. Se llama Así del precipicio. No la vi entera, así que no he roto mi compromiso de no ver cine mexicano. No acabo de entender qué clase de público, qué tipo de fines estéticos o comerciales o populares persigue una cinta así. Pero, si resulta que tuvo algún éxito, o movió a la gente a ir al cine, o abarrotó salas, o recibió una de esas lluvias de premios que tanto me inquietan, honestamente, voy a ratificar mi juramento contra el cine mexicano otros tres años. Así del precipicio es de una estupidez pasmosa. Y esa estupidez pasmosa la vi muchas veces en los años anteriores en las salas mexicanas, cuando quería confiar en el cine de mi país, cuando pensaba que los buenos actores algún día encontrarían buenas historias o buenos guiones o buenos directores; que los buenos directores un día se toparían con productores a su altura o con relatos interesantes; que los guionistas inteligentes, cerebrales, emotivos, originales y sorprendentes hallarían lugares dignos en el Imcine y entre el montoncito de becas con que todos los años se ceba a una población de imbéciles pretenciosos deslumbrados con dos o tres cintas y con el verbo innovar, cuyas acepciones no comprenden, pero que escupen cada cinco minutos cuando explican por qué perpetran las presidiables películas que se exhiben en el país.
Luego vi cosas como Nicotina, Dame tu cuerpo, Todo el poder... Y dos o tres cintas de Arturo Ripstein que me marearon de sueño, las dos primeras de Reygadas que me marearon de asco, una que otra basada en el chiste fácil, la temeraria grosería en boquita de niña fresa y el discurso tremendista sobre el amor, lo difícil que es cruzar la acera cuando uno es joven y tiene sueños y el Mundo Moderno y querer irse a la playa y dejarse la barba y poner un bar. O sea.
Y desde entonces, cuando alguien me dice que se dedica al cine en este país, me pongo en guardia. Y si descubro en él o ella algo de inteligencia, me vuelco a escuchar sus ideas, a interrogar sus intereses, a curiosear en su cultura cinematográfica. Y he conocido a tipos y a chicas interesantísimos, con auténticas ganas de insuflar algo de ingenio a este aletargado mundito de tipos ambiciosos sin más lecturas que Carlos Castaneda o Ángeles Mastretta o Paulo Coelho. Y he conocido a pelmazos y a estúpidas que se identifican entre sí porque ahuecan la voz, amanecen guionistas de un día para otro y todo el tiempo tienen ideas geniales sobre fotografía cool y música poca madre y una dirección de arte que es la onda, güé. Y eso es el cine.
Y hasta que alguien no me confirme (no pudieron con El violín, no pudieron con Luz silenciosa, y lo consiguieron casi con el documental de Juan Carlos Rulfo En el hoyo) que de veras hay una buena película hecha en México o por un equipo de mexicanos, preferiré seguir viendo cine de Estados Unidos (¡sí, cerdos hipócritamente patrióticos: allá se hace mejor cine que acá incluso cuando hay poco dinero!), del Reino Unido, de Alemania, de Francia, de Japón, de China, de Hong Kong (que no es China), de Brasil, de la (ésa sí, albricias, albricias) resucitada Argentina y de otros sitios (y de Ecuador con Damián Alcázar, je, o lo que sea que haya sido Crónicas, que es una película afortunadísima con, repito, el mejor actor de aquende). Porque el cine de México apesta, para decirlo pronto y de una vez. Y hacen falta cineastas y creativos de cine que lean; que vayan a los museos y, en lugar de declarar barbaridades en voz alta para que los demás los escuchen, intenten aprender algo; que escuchen música pero no solamente la de RMX o Los 40 Principales; que lean los periódicos y vean las noticias pero que intenten enarbolar una nueva postura crítica de los consumidores ante la prensa; y que, urgentemente, se pongan a ver cine no como compulsivos devoradores de un currículum de fatuos, no para impresionar chicas o chicos en las fiestas, no para atascar los estantes de sus hogares por si un día los visita alguien importante y quieren dejar en claro que saben de cine. ¡Urge gente culta en el cine mexicano! No son suficientes los tipos con ideas buenas, como los que hicieron hace años esa joyita de la buena voluntad que se llama Un mundo raro o, hasta donde sé, como los que hicieron Matando cabos (que no vi, lo siento) o La misma luna (que no vi, lo siento). Hacen falta tipos con más que buenas ideas. O seguiré intentando ver cine y me toparé con las bestialidades del tipo Así del precipicio, que sólo enseñan chichis y ya, nada más. Y que me parten de risa.
Lo siento. Nexos documenta mis viejos motivos de cólera.
Y yo quiero estar contentísimo del cine que se hace en mi país, carajo.
"Carajo".
Sueno como un Bichir. Conocí una actriz costarricense que vino a México a un curso y que, viendo a mis compañeros ensayar en las escenas de realismo, opinaba que Amores perros y otras cositas nos habían hecho, a los actores mexicanos, un daño tremebundo. "Todos quieren hablar como Gael García o como Diego Luna", se lamentaba.
Eso es otro tema.
¡Adiós!
(PERDÓN, PERDÓN MIL VECES, PERO SOSTENGO ESTE POST LO QUE SEA NECESARIO)
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1 comentario:
Auch! tu entrada fue como una patada en los huevos. La verdad yo si creo que puede haber buenas propuestas en el cine nacional, y creo que se le debe dar una oportunidad. Digo, estoy de acuerdo contigo que hay bastante bazofia en cartelera, pero si apoyamos esas pequeñas muestras de inteligencia, que realmente propongan algo interesante, quizá pueda mejorar.
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