Aunque ahora sabemos
que tu ropa nunca
hará falta, la guardamos
con llave en un baúl, arriba.
A veces me arrodillo allí,
tocándola, tratando de revivir
el tiempo en que tú la llevabas, de recordar
la verdadera forma del brazo y la muñeca.
Mis manos empujan hacia atrás
por mangas huecas e invisibles:
vacilan, después las cogen
y se elevan:
unas vacaciones verdes; un rojo bautizo;
todas tus vidas sin terminar,
destiñéndose por oscuros veranos,
entrando como polvo en mi cabeza.