viernes, 5 de febrero de 2010

Los Ivanes: memoria

Los Ivanes han sido entregados desde hace dos años; éstos fueron los ganadores de las ediciones 2007 (entregados en 2008) y 2008 (entregados en 2009).

2007
Mejor Película Das leben der anderen, Las vidas de los otros
Mejor Dirección Clint Eastwood, por Flags of our fathers y Letters from Iwo Jima
Mejor Actriz Kate Winslet, por Little Children
Mejor Actor Benicio del Toro, por Things we lost in the fire
Mejor Guión Zodiac, de James Vanderbilt y Robert Graysmith
Mejor Fotografía Curse of the golden flower, de Zhao Xiaoding
Mejor Música Michael Giacchino, por Ratatouille

2008
Mejor Película Slumdog millionaire
Mejor Dirección Julian Schnabel, por Le scaphandre et le papillion
Mejor Actriz Penélope Cruz, por Vicky Cristina Barcelona
Mejor Actor Daniel Day-Lewis, por There will be blood
Mejor Guión Before the devil knows you’re dead, de Kelly Masterson y Sidney Lumet
Mejor Fotografía There will be blood, de Robert Elswit
Mejor Música Alexandre Desplat, por Lust, caution

2009
Mejor Fotografía Inglourious basterds, de Robert Richardson

(¡...Y CONTANDO!)

Los Ivanes 2009: Mejor Fotografía

Los Ivanes son los premios que yo concedo —para regocijo y cardiaca expectación del mundo del cine mundial— a lo mejor del cine que yo vi durante el año. Tienen tanta importancia que me importan: yo los decido, los administro, los gobierno, les sirvo. Soy su amo y su esclavo. Ah, ja, ja, ja.

Y el Ivanes a Mejor Fotografía es una cosa que qué cosa. Porque tiene la pretensión de reconocer al cine por uno de sus componentes esenciales: la puesta en escena concreta, la plástica uniforme o caótica pero decidida y congruente, la narrativa que entra, primero —pero no siempre—, por los ojos. ¿Para qué te sirve tener una cámara? Anular la imagen, escoger la oscuridad o huir de la claridad son elecciones conscientes: ¡ay de los idiotas, cortometrajistas, itesianos y especies similares, que andan por allí pidiendo a sus camarógrafos que sean heroicos! Nada es más inteligente que la inteligencia de los hombres: un director y un camarógrafo que saben lo que quieren decir y cómo quieren decirlo son, por unos segundos, más sabios que todos los libros que puedan decirse sobre una sola imagen. Y entonces, tengo ocho aspirantes al premio, pero digo, en aras de mantener al Ivanes dentro de estos límites: ¡adiós, Déjame entrar (Lat den ratte komma in), esa belleza con una niña vampira que importa por millones de cosas menos por el vampirismo de la cinta! ¡Adiós, Appaloosa, interesantísimo intento de Ed Harris por hacer un western auténtico! ¡Adiós, The curious case of Benjamin Button, más valiosa por los gestos de Cate Blanchet y Brad Pitt y por sus maquillajes que por las elecciones de encuadre, de profundidad de campo o de foco de su excelente equipo de fotógrafos! ¡Adiós, adiós ya!

Y me queda un difícil conjunto de cinco cintas compitiendo por el premio, todas valiosas, sólidas y contundentes, todas de imágenes inolvidables; no: memorables. La redondísima Revolutionary road (¿alguien olvidará esa alfombra sobre la que gotea sangre?), la impactante Watchmen, una asombrosamente atractiva Harry Potter and the Half-blood Prince, la emocionante Inglourious basterds y esa joyita de la fotografía y edición narrativas que es The wrestler (por el amor de Dios: ¡siga usted la espalda de Mickey Rourke en la misma secuencia rumbo al ring o rumbo al frigorífico!). Pero hay que decidir, ay, qué miedo. Y casi siento que soy injusto (lo soy), casi me convenzo de ello, porque he de escoger. Es como Sophie's choice, chingao. Pero escojo, que al cabo aquí no hay nazis. Y el Ivanes 2009 a Mejor Fotografía es para Inglourious basterds.



Dos palabras: gran angular. Y mencionaré tres planos: el de la secuencia inicial, con el francés que parte madera mientras una de sus hijas cuelga la ropa en tendederos, a la Sergio Leone; Mélanie Laurent retocándose el maquillaje bajo una redecilla que le cubre los fatales ojos; y Landa, el maravilloso Christoph Waltz, tras de un teléfono mientras negocia su salvación. Pero hay millones de ésos: millones de planos que son carteles para comprar a dos metros de base para cubrir una pared con ellos, caramelos sembrados en una película que es todo dulces, como la casa de la bruja de Hansel y Gretel. Aunque el resultado final de la cinta de Tarantino me resulte intragable, por empalagoso, ir de humor amargo a una tan edulcorada cinta me proveyó de una de las mejores noches de mi vida. Y sería idiota negarlo: míster Robert Richardson ha bordado con esta película una de sus más explosivas, clásicas y adorables películas del año. ¿Por qué todo, sin embargo, parece tan lejos de Pulp fiction y, por desgracia, tan cerca de Kill Bill?



Tengo para mí que ese perro Tarantino recibirá el Oscar a Mejor Director. No me importa. Inglourious basterds merece varios tipos de reconocimiento, y me queda claro que no se conformará sólo con el popular.

Abur.

(A CONTINUACIÓN: ¡EL IVANES A MEJOR ACTOR!)

jueves, 4 de febrero de 2010

Salinger

Reproduzco aquí la linda columna que publicó en Mural, este jueves, José Israel Carranza sobre Salinger y su reciente fallecimiento. Yo publiqué una, varias veces menos interesante, el viernes anterior. No pongo el link a Mural porque —ajá, adivinaron— ese remaldito sitio todavía es de paga. Ya cambiarán, ya cambiarán.


LA MENOR IMPORTANCIA
Nadie
José Israel Carranza

4 Feb. 10

En las notas que informaron sobre el deceso de J.D. Salinger, y sobre todo en las de los periódicos estadounidenses, había un regusto generalizado de reproche, de ajuste de cuentas: antes de consignar la estatura literaria del escritor, antes de recordar la influencia decisiva que ha tenido en medio siglo de lectores, dichas notas destacaban cómo, durante la mayor parte de su vida, el autor de El Guardián entre el Centeno había eludido obsesivamente no sólo la fama que le acarreó su obra, sino todo contacto humano.

"Recluso de sí mismo", lo llamaron por ahí, o "el Garbo de las letras" (por recordar a alguien más que quiso omitirse de su propia celebridad). "Famoso por no querer ser famoso", se leyó en The New York Times: una calificación que no por artera deja de ser comprensible: si alguien es Alguien, lo es exclusivamente gracias a que la prensa y la publicidad y la avidez del público así lo deciden.

Aunque pasó casi 60 años retirado del mundo, Salinger resucitó varias veces en la atención de los medios por la vía del escándalo: se quiso hallar claves en los subrayados que hizo en su ejemplar de El Guardián... el asesino de John Lennon; su foto más reproducida es la que lo muestra agitando un puño enfurecido delante de la cámara de un intruso; en 1981 apareció la "entrevista" que le sonsacó una oportunista que lo sorprendió mientras iba a recoger su correo (luego se ha dicho que tal "entrevista" fue posible porque la dizque entrevistadora estaba de muy buen ver). Hace algunos años, una hija sacó una biografía dictada por el resentimiento, y apenas hace seis meses Salinger tuvo que pedir a un juez que impidiera la publicación de una secuela de su novela (que se publicó, aunque no puede circular en los Estados Unidos). Y ello por no hablar de las ediciones censuradas, las prohibiciones de leerlo, las leyendas que lo imaginaban como un chiflado y, ahora, el ansia por saber qué habrá estado haciendo todo este tiempo, porque, al morirse, perdió la batalla: en ningún lugar hay menos privacidad que en la tumba.

En un mundo aturdido por la frivolidad y la ira, siempre es admirable alguien que decide hacerse a un lado. Pero, además, lo que enseñó con su obstinación en el silencio fue que, cuando se trata de literatura, uno está solo y no puede pedirle cuentas a nadie más que a sí mismo. El autor siempre sobra. O, quizás, si mandó a su editorial que quemara toda la correspondencia que le dirigieran sus fans y echó el candado, fue porque, como Holden Caulfield, quiso "estar lejos de toda maldita conversación estúpida con nadie", y ser al fin esa cosa extraña, infame e imperdonable: un hombre que quiere que lo dejen en paz.

menorimportancia@mural.com

(SNIF)