Encontré, en mi correo, un forward que circuló luego de la reciente muerte del dramaturgo Víctor Hugo Rascón Banda: fue su mensaje girado a la comunidad teatral mexicana en el Día Mundial del Teatro de 2006. A la luz de mis últimos descubrimientos sobre el teatro —que lo alimentan el amor y la esperanza, que a éstos los multiplica, que denuncia a los seres humanos para enunciarlos y para hacerlos mejores humanos (más seres, más humanos), que está vivo porque los hombres estamos vivos—, lo he leído de nuevo y he encontrado que basta asomarse sólo un poco a este oficio para compartir, casi en automático, una simple convicción: que hay esperanza en el futuro del mundo, y que el cinismo y la indiferencia son tan criminales como el suicidio o la destrucción de los demás.
Vivo en un mundo convulsionado por la crueldad y el horror; el teatro lo haría sentarse a mirarse a sí mismo, y a imaginar la paz, la belleza, el amor.
Por otro lado, si en veintitantos siglos no lo ha conseguido, el teatro quizá...
Pero eso, supongo, no es materia de este post.
Un rayo de esperanza
Todos los días deben ser días mundiales del teatro, porque en estos 20 siglos siempre ha estado encendida la llama del teatro en algún rincón de la Tierra.
Al teatro siempre se le ha decretado la muerte, sobre todo con el surgimiento del cine, la televisión y, ahora, los medios digitales. La tecnología invadió los escenarios y aplastó la dimensión humana, se intentó un teatro plástico, cercano a la pintura en movimiento, que desplazó la palabra. Hubo obras sin palabras, o sin luz o sin actores, sólo maniquíes y muñecos en una instalación con múltiples juegos de luces.
La tecnología intentó convertir al teatro en fuego de artificio o en espectáculo de feria.
Hoy asistimos a la vuelta del actor frente al espectador. Hoy presenciamos el retorno de la palabra sobre el escenario.
El teatro ha renunciado a la comunicación masiva y ha reconocido sus propios límites que le impone la presencia de dos seres frente a sí que se comunican sentimientos, emociones, sueños y esperanzas. El arte escénico está dejando de contar historias para debatir ideas.
El teatro conmueve, ilumina, incomoda, perturba, exalta, revela, provoca, transgrede. Es una conversación compartida con la sociedad. El teatro es la primera de las artes que se enfrenta con la nada, las sombras y el silencio para que surjan la palabra, el movimiento, las luces y la vida.
El teatro es un hecho vivo que se consume a sí mismo mientras se produce, pero siempre renace de las cenizas. Es una comunicación mágica en la que cada persona da y recibe algo que la transforma.
El teatro refleja la angustia existencial del hombre y desentraña la condición humana. A través del teatro, no hablan sus creadores, sino la sociedad de su tiempo.
El teatro tiene enemigos visibles: la ausencia de educación artística en la niñez, que impide descubrirlo y gozarlo; la pobreza que invade al mundo, alejando a los espectadores de las butacas, y la indiferencia y el desprecio de los gobiernos que deben promoverlo.
En el teatro hablaron los dioses y los hombres, pero ahora el hombre habla a otros hombres. Por eso el teatro tiene que ser más grande y mejor que la vida misma. El teatro es un acto de fe en el valor de una palabra sensata en un mundo demente. Es un acto de fe en los seres humanos que son responsables de su destino.
Hay que vivir el teatro para entender qué nos está pasando, para transmitir el dolor que está en el aire, pero también para vislumbrar un rayo de esperanza en el caos y pesadilla cotidiana.
¡Vivan los oficiantes del rito teatral! ¡Viva el teatro!
(¡ELELEU, ELELEU!)