
Me revienta la frecuencia con que comienzo a escuchar teorías de la conspiración acerca del brote de influenza que azota al país esta semana. De repente, medio mundo está seguro que hay
algo malévolo y sospechoso en esta epidemia: el gobierno nos obliga a meternos a la casa para cocinar sus embutes y transas tranquilamente y convencernos, luego, ablandados los cerebros con partidos de futbol y telenovelas, de que, habiéndonos salvado del azote, se merece nuestros votos.
Recuerdo que, cuando se mató Mouriño, todo el mundo fue incapaz de creer que hubiera sido un accidente: por necesidad, debía ser un asesinato, un atentado urdido desde las esferas más altas del poder.
Tengo la cruel sospecha de que, o quizá me estoy perdiendo el 90 por ciento de la película porque soy el único que no la entiende, o quizá me topo con demasiados idiotas, demasiado a menudo.
El DF está en pánico, y no es para menos (¡ha de ser culpa de Ebrard!); tanto, que se está pensando en
parar el servicio del transporte público, ¡en una de las ciudades más grandes del continente (seguro es Diego Monraz, ah, ese turbio panista, que quiere venderle el Macrobús de Emilio al gobierno chilango)! ¿Qué sí me inquieta? Esto: el decreto de la Segob para combatir la influenza, con el obvio, pero no por eso menos temible, aviso de que
habrá que allanar casas particulares si la ocasión lo amerita (¡vean
V for Vendetta, relean
1984, cuídense del mal gobierno, wé!). De todos modos, no sé si alguno de los zopencos que se imaginan al DF convertido en territorio de Resident Evil se ha puesto a leer
el protocolo de la OMS: la cosa no es malita, sino gravísima (no mames, o sea, ¿qué es la OMS, wé? O sea, son puros empleados de los gringos, wé; la pinchi ONU no sirve de nada, wé). Para no irse lejos de casa: me parece grave
el reducidísimo cerco sanitario que la Secretaría de Salud Jalisco instaló en la Central Nueva. Eso
también es grave (wé, es pura mentira, wé, no está pasando nada, wé, ni es cierto, wé, yo llegué ayer de Nueva York y pasé por el Defe y no vi nada, wé).
No critico el instinto suspicaz: en este país,
necesitamos sospechar de las cosas para empezar a pensarlas; si no, no reflexionamos jamás acerca de ellas: no hacemos inteligibles nuestras dudas. Lo que critico es la descalificación de una crisis porque nos parece que tenemos motivos suficientes para sospechar que alguien se la inventó.
¿Qué no hay 81 muertos por presunta influenza? ¿No deberían, 81 muertos, al menos en lo que se confirman o descartan, bastarnos para convertir la sospecha en una herramienta de duda e inteligencia, en lugar de convertirla en la única realidad posible?
Pero, a lo mejor, el equivocado soy yo...
Ya lo veremos.
(AGH!)