martes, 7 de julio de 2009

¿Qué hace a un ídolo?


Un poco de talento, bastante valor, algo de suerte, tino para mostrarle al resto del mundo que ha conquistado una deficiencia humana incombatible. Decía Nijinsky, creo: "Sólo hay que aprender a saltar correctamente. Oh, y aprender a mantenerse en el aire: eso es lo difícil".

Michael Jackson fue uno de los últimos monstruos de verdad que hemos conocido. No es que me duela que se haya perdido, sobre todo si fue, como sospecha el planeta, un abusador; es que lamento la ausencia de excesos en este planeta, la ausencia de maravillas entre los hombres. Somos todos iguales. Demasiado iguales. Los hombres talentosos son tan imbéciles y arrogantes; los hombres valientes son tan estúpidos; los hombres humildes son tan insignificantes; los hombres esforzados son tan incultos; las bestias nos gobiernan; los más listos, ensoberbecidos, prolongan sus tonterías porque saben que se las aplaudirán. Y, al menos, cuando veías al señor ése bailando, te fascinaba la impresión de que acababa de romperse un límite humano, uno irrelevante para la mayoría, pero imposible de ignorar; un arrobamiento dulce y pasajero, pero real, tangible, como cuando un buen atleta consigue equilibrarse diez imposibles centímetros más o engullirse unos segundos extra. Tú no lo harás nunca; lo hace él. Él, que es singular, nos enseña que puede irse más lejos. Él, por odioso que sea, ha tocado una vez la belleza.

A ver: baile usted como Michael Jackson. Me dirá que no es necesario. Que qué idiotez. Que a nadie le hace falta. Que no es un talento indispensable para la buena marcha del mundo.

Y yo le responderé: pues no, no lo es.

Oh, no: no lo es.

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1 comentario:

Amaltea dijo...

:)
Mucho, muchísimo talento.... y tener algo qué decir.. qué gritar al mundo.