Hablaba por teléfono afuera del edificio del periódico, para tomar aire distinto, que no respiraran las muchas bestias y las varias personas inocentes de este diario. Caminaba de un lado a otro. Uno camina de un lado a otro cuando habla por teléfono. Y entonces, una corcholata. La pateé. Rebotó en la pared blanca. La pateé de nuevo. Se alejó como si persiguiera el borde de la banqueta, que no parecía especialmente atractivo, dicho sea de paso, y la pateé de nuevo a la pared. Y entonces apareció a la altura de mi espinilla el agujero cubierto de PVC de un desagüe. Pateé la corcholata una vez más. Hoyo en uno. Chuza. Gol. Touchdown. Volteé hacia el cielo y estaba gris, pero me celebraba. Pasó una Ram Charger negra conducida por alguien que seguro se dedica al narcotráfico en gran escala o lo planea para el corto plazo o lo sueña babeando, y me festejaba. Los de los tacos de barbacoa elevaron en mi honor sus platos y vasos de consomé. En ese momento, fui un hombre.
Luego volví al celular, al empleo, al negociar y pedir y ordenar y rogar y aguantar y aguantar y aguantar.
Y escribí este miserable y muy marica post.
(QUÉ PENA, CARAY)
No hay comentarios:
Publicar un comentario