domingo, 1 de marzo de 2009

Julie Taymor y más Shakespeare (y el teatro)

No me gusta Julie Taymor. Vi Across the universe y me divertí bastante, y ya. No me gusta su Titus, pero casteó a Anthony Hopkins y difícilmente me imaginaré otro Tito, como no sea Laurence Olivier. Titus Andronicus es una obra enorme y a menudo incomprendida. Sigamos. No me gusta nada Frida, pero se aventó al ruedo con la imparable Salma Hayek y eso hay que reconocérselo tanto a Salma como a Taymor.

El mismísimo sir Laurence Olivier y su entonces esposa, Vivien Leigh (Scarlett O'Hara en Gone with the wind, por si cometiese usted el pecado de no conocerla), en Titus Andronicus de Shakespeare, dirigida por ¡PETER BROOOOOOOOOK!
Dedicada por años al teatro (adaptó El rey león a musical, ajá, fue ella, y ahora mismo está embarcada en esa rarísima noticia que es Spider-Man: El musical, sobre la peli de Sam Raimi), la Taymor tiene un par de versiones dirigidas para tele de Edipo Rey y La tempestad. Y por aquí sale el asunto: Taymor dirige actualmente una película de La tempestad.

Puse esta cara: :|

La tempestad es uno de los textos más impactantes de Shakespeare para el teatro. Todo en él es teatral y los directores que la acometen, según sé, suelen sentirse agobiados de la enorme cantidad de recursos que tienen que manejar, y felices, enloquecidamente felices, porque aquella tortura intelectual es también una fiesta al nivel emocional. ¿Un brujo y ex gobernante exiliado en una isla donde no parece sufrir el exilio, sino más bien sólo esperar la muerte? ¿Su hija, doncella salvaje y dulcísima, esperando un hombre con el que pueda empezar su propia vida? ¿Un demonio, Calibán, al que Próspero crió y luego echó de su seno, cuando intentó tomar a la hija, Miranda? ¿Y la llegada de náufragos a quienes el mar les perdonó la vida, aunque el brujo Próspero convocara, en su afán de una última venganza, la furia de los océanos? ¿Y muchos, muchos elfos de la naturaleza, contemplando las creaciones y el pensamiento de Próspero? ¡Y un ángel! ¡Un elfo atado a la voluntad de Próspero, que de ella depende!

Es todo un festín de imágenes, fantasía, música, magia, pesadillas y monstruos... damn, damn, muy propio para atraer a Julie Taymor.

Oh, Dioses.


Peter Greenaway, una mente equivalente, tiene en Los libros de Próspero la que posiblemente sea su mejor película (y una de las piezas musicales más absolutamente hermosas, más hermosas de Michael Nyman): un homenaje a la poesía que morirá con el protagonista de La tempestad, a la última intriga que es capaz de urdir; y a la belleza del deseo representada por Miranda; y a la sed de venganza y la maldad enquistada que simboliza Calibán; y la esperanza cándida, la inocencia de la magia que deberá explotar, que es Ariel, el ángel que habita junto a Próspero. Todo en la puesta en escena de Greenaway es un acierto: sus excesos coreográficos y escenográficos cobran un sentido furioso y ordenado al mismo tiempo. Ariel, por ejemplo, es interpretado por tres actores que nunca hablan: un adulto, un adolescente y un niñito, todos convocados al mismo tiempo a la esclavitud y el amor de Próspero.

Próspero, por cierto, fue John Gielgud.



Las lecturas simbólicas (alegóricas) son muy sencillas. Próspero, el protagonista, es un símbolo del propio Shakespeare: el viejo sabio que contempla la magia que él ha creado y la que él ha atraído; y que sabe que, cuando se muera, todo eso desaparecerá. Algo ha de salvar: Greenaway elige que la magia que queda libre sea Ariel, que es eternamente niño y joven y adulto. Nuestro Shakespeare, la magia que de Shakespeare tenemos, es Ariel libre: todos estos siglos, Ariel ha volado y se ha venido a presentar ante nosotros. Y Próspero no está más, pero ha salvado aquello.

El teatro es Ariel. Ariel es el teatro.

Las alegorías con los elfos de Tolkien no son accidente. Tolkien pensó varias veces en los elfos desde fuera de su propia mitología y en no pocas ocasiones tomó en cuenta a La tempestad de Shakespeare. No sé si alguna vez se le ocurrió que, en su obra, los elfos son Próspero, y Ariel son la magia de los elfos que queda en el mundo de los hombres.

Me preocupa la película de Julie Taymor. No me parece una buena directora, sino una gran productora: una experta en el arte de producir imágenes hermosas y ordenadas. Pero no me parece que acabe de penetrar con inteligencia los conflictos humanos de sus cintas. Es gráfica y plástica: su Titus, la más atinada de sus cintas, es sangriento, pero no me parece que sea apasionado. Los dos gigantescos actores protagonistas, Hopkins y Jessica Lange como Tamora, hacen tanto por sus personajes que casi se desearía verlos sólo a ellos, como bien podría decidir un director de teatro competente. Otros muy buenos intérpretes completan un reparto afortunadísimo: hoy más famoso, Jonathan Rhys Meyers es uno de los hijos de Tamora, Angus MacFadyen es Lucio el hijo de Tito, el enloquecido Alan Cumming es Saturnino, James Frain hace decorosamente al trágico Bassiano, Colm Feore aporta un poco de concreción con su Marco... todo bien hasta que captas el espíritu estético de la obra: la rabiosa gana de decir ¡Shakespeare es modeeeerrrrrrrrno!, que fracasa desde el inicio, desde la infantil mirada de alguien incapaz de encontrar, en una alegoría, la auténtica metáfora. Ya lo sabemos: Shakespeare es perpetuo. En nuestro mundo, Shakespeare es nuestro mundo de símbolos (Kurosawa es un gran ejemplo para pensar: en nuestro mundo y en cualquiera). Julie Taymor intenta un acercamiento noventero, con estética de MTV y anorexia vampiresca, a un texto clásico; y fracasa con tal estrépito que hasta acá resuenan aún los costalazos de las armaduras brillantes que pintó de azul. Su tragedia es más La entrevista con el vampiro que Shakespeare. En su película no hay modernidad: hay videoclip pero nula profundidad política o antropológica. Es una lástima: su valiente comprensión plástica de Shakespeare es ejemplar.

Bien. La tempestad de Julie Taymor incluirá esta primera noticia curiosa. Próspero será ¡una mujer! ¿No es muy joven, Julie Taymor, para perpetrar su testamento personal mediante una Próspera? La elegida es ni más ni menos que Helen Mirren, quien, siendo, como es, una actriz experimentadísima, debe estar brincando de felicidad al romper esa imposible barrera que es la división de géneros en el teatro.

Bueno...

El reparto tira de espaldas. Quita el aliento. Oh, qué reparto. ¿Qué hará Taymor con él?

Djimon Honsou, un actor intenso y carismático, mucho más acertado que lo que sus entusiastas promotores quieren, será Calibán. Alan Cumming, el Saturnino de su Titus, será Sebastian, el hermano del rey de Nápoles. Ese actor de tan hermosos recursos que es Alfred Molina será Estéfano, uno de los náufragos borrachos que encuentran a Calibán. ¡Saldrá David Strathairn, a quien reverencio después de Good night, and good luck y My Blueberry nights! Chris Cooper será Antonio, el hermano de Próspero, que usurpó su ducado. Ben Whishaw, el Grenouille de Tykwer en El perfume, será Ariel. No conozco a los dos actores que harán dos bonitos papeles imprescindibles: Felicity Jones como Miranda y Reeve Carney como Ferdinand. Un señor Tom Conti, a quien no me parece conocer pero me parece que debería, está en el casting.

Espero lo peor. Así, como en otras ocasiones, obtendré lo mejor. Y espero, fervientemente, a un director valeroso en México, que sepa dedicar un par de años de su vida a la resolución honorable de un buen montaje de La tempestad.

Es pura magia.

Pongo aquí, para terminar, un video que he encontado del final de Prospero's books de Greenaway. De verdad, hay que ver esta cinta. Es hermosísima, y Greenaway, ese artista tan equivocado de época (para desgracia suya y de todos), hace un regalo muy digno a los lectores de Shakespeare.



Al final, Ariel es libre.

Y es un niño.

(¡ARIEL!)

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