domingo, 26 de abril de 2009

La influenza y el mal gobierno


Me revienta la frecuencia con que comienzo a escuchar teorías de la conspiración acerca del brote de influenza que azota al país esta semana. De repente, medio mundo está seguro que hay algo malévolo y sospechoso en esta epidemia: el gobierno nos obliga a meternos a la casa para cocinar sus embutes y transas tranquilamente y convencernos, luego, ablandados los cerebros con partidos de futbol y telenovelas, de que, habiéndonos salvado del azote, se merece nuestros votos.

Recuerdo que, cuando se mató Mouriño, todo el mundo fue incapaz de creer que hubiera sido un accidente: por necesidad, debía ser un asesinato, un atentado urdido desde las esferas más altas del poder.

Tengo la cruel sospecha de que, o quizá me estoy perdiendo el 90 por ciento de la película porque soy el único que no la entiende, o quizá me topo con demasiados idiotas, demasiado a menudo.

El DF está en pánico, y no es para menos (¡ha de ser culpa de Ebrard!); tanto, que se está pensando en parar el servicio del transporte público, ¡en una de las ciudades más grandes del continente (seguro es Diego Monraz, ah, ese turbio panista, que quiere venderle el Macrobús de Emilio al gobierno chilango)! ¿Qué sí me inquieta? Esto: el decreto de la Segob para combatir la influenza, con el obvio, pero no por eso menos temible, aviso de que habrá que allanar casas particulares si la ocasión lo amerita (¡vean V for Vendetta, relean 1984, cuídense del mal gobierno, wé!). De todos modos, no sé si alguno de los zopencos que se imaginan al DF convertido en territorio de Resident Evil se ha puesto a leer el protocolo de la OMS: la cosa no es malita, sino gravísima (no mames, o sea, ¿qué es la OMS, wé? O sea, son puros empleados de los gringos, wé; la pinchi ONU no sirve de nada, wé). Para no irse lejos de casa: me parece grave el reducidísimo cerco sanitario que la Secretaría de Salud Jalisco instaló en la Central Nueva. Eso también es grave (wé, es pura mentira, wé, no está pasando nada, wé, ni es cierto, wé, yo llegué ayer de Nueva York y pasé por el Defe y no vi nada, wé).

No critico el instinto suspicaz: en este país, necesitamos sospechar de las cosas para empezar a pensarlas; si no, no reflexionamos jamás acerca de ellas: no hacemos inteligibles nuestras dudas. Lo que critico es la descalificación de una crisis porque nos parece que tenemos motivos suficientes para sospechar que alguien se la inventó. ¿Qué no hay 81 muertos por presunta influenza? ¿No deberían, 81 muertos, al menos en lo que se confirman o descartan, bastarnos para convertir la sospecha en una herramienta de duda e inteligencia, en lugar de convertirla en la única realidad posible?

Pero, a lo mejor, el equivocado soy yo...

Ya lo veremos.

(AGH!)

2 comentarios:

Chris Estrada dijo...

El problema tal vez no sea la cuestión de la conspiración de los poderosos. Pero sí el miedo a todas luces agregado que está generando el mainstream mediático. Suspicacias más, suspicacias menos, las televisoras y algunas cadenas de radio se están encargando de recomponer su oferta informativa para capturar, en los horarios de mayor valor comercial para los patrocinadores, a sus públicos. Público cautivo por el medio, garantía de que habrá ingreso por publicidad en horarios pico. La enfermedad es gravísima, no hay duda. Grave también es no poder confiar en quien nos informa.

Iván González Vega dijo...

¡Hace tanta falta que aprendamos a usar a los medios! Que seamos ignorantes, inocentes, ingenuos ante ellos, provoca más daños que los obvios ante una emergencia nacional donde es indispensable estar bien informado. Pon que no confiemos en quien nos informa, pero si confiáramos en nuestras cabezas: en nuestras dudas, en nuestras sospechas, en nuestras compulsiones de ir y comparar datos o ir e interpretar noticias o ir y preguntarle a quien más sabe... El miedo lo instalan los miedos, pero nosotros lo ponemos en marcha.

Gracias, Chris. Me haces recordar la obligación que los periodistas tienen de hacer bien su trabajo. Un saludo.