sábado, 25 de agosto de 2007
Aute, el muy curioso
Nunca he entendido bien a bien qué clase de música le interesa hacer, porque sus canciones son siempre distintas. Me gusta, sí, pero tampoco me queda claro por qué. Está ese nivel de cursilería azotada que persigue la poesía y se queda algo lejos, más bien por los terrenos del desangramiento adolescente o los delirios eróticos de la tercera edad con energías. Está ese nivel de equivalencia con la fundamental repulsión que me produce el mariachi: me avergonzaría de que me oyeran cantarlo a voz en cuello, con una botella de tequila en una mano y un pistolón en la otra, pero ah qué aliviado y sin deuda de llantos me despertaría al día siguiente. Y está el amor puro: el viejo Luis Eduardo me es familiar desde la adolescencia, cuando él ya era viejo, y yo ya tarareaba, para mí, para mí nada más, sus cancioncitas, las viejas y las nuevas de por entonces.
No estoy demasiado feliz nunca con sus nuevos discos. El más reciente, y fui a verlo cantar al Diana, sonó para mí algo extraño. Pero sé que lo compraré y me aprenderé las letras, y luego las escucharé en el iPod con felicidad sincera. No sé recordar los inicios de mi vida en Guadalajara sin Slowly o sin Segundos fuera.
Hoy no he dejado de repetir este estribillo: "Lástima, Luis, porque esta noche no estará el Tony con toda la peña en casa de Eduardo...". Me lo sé desde que tengo 17 años. Ya tengo 27. He envejecido con Luis Eduardo. No sé si él es la mejor compañía para mi despeñarme por el barranco que lleva los 30; no sé si soy la clase de lazarillo que le empujaría útilmente la silla de ruedas.
Pero estamos juntos.
Supongo.
O no.
(DESESPERADO, DESESPERADO, DESESPERADO, DESESPERADO, OH)
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