Me gustan: los días con muchísimo viento y ver cómo hacen ruido las hojas en los árboles; los días nublados y fríos, que ponen de ánimo tristón a la gente, pero que a mí me hacen muy feliz; los gatos; y los perros, si son simpáticos y educados; los viajes largos en carreteras bajo el sol brillante; los calzones tipo bóxer; los buenos actores de teatro; el café de sabor muy concentrado y sin azúcar; el mamey, en todas sus formas; el aguacate, en todas sus formas; el Cirque du Soleil; los acróbatas en general y, sobre todos, los contorsionistas; las personas talentosas cuando son humildes y las personas humildes cuando son talentosas; las tardes en paz con mi(s) gato(s) y yo escuchando a Morrissey; los paseos en bicicleta; los patines; las voces de la gente que lee; las voces de la gente que canta; los cigarrillos Ducados y una perdida marca que se llamaba Luchadores, de Zacapu, aunque ya no fumo; la cerveza oscura de barril, helada; los niños inteligentes; la gente grande que todo lo arregla cocinándote algo sabroso; las salsas picantes; los juegos de mesa; los rompecabezas; los trenes; la fe de la gente cuando es honesta; las historias de amor fracasadas que ya se superaron; Nueva York y, sobre todas las cosas, el alucinante paisaje de Times Square en una noche de gentíos; la lengua en los besos; Pollock; los suicidas que se arrepintieron y han jurado no volver a intentarlo; los ojos azules; los juegos de cartas; recibir correos electrónicos; La Castañeda; la absoluta ausencia de automóviles; el olor de los libros recién abiertos; la niebla; la nieve; la lluvia y Gene Kelly cantando debajo; Russell Crowe casi en cualquier película; las fresas y las zarzamoras; los “Estaba pensando en ti”; casi todo lo que filma Woody Allen; los Hermanos Rincón; Pescetti; ir de pesca al mar; cualquier gran felino; imaginar cómo habría reaccionado Jesús el Cristo si…; las iglesias extrañas, como la de Quiroga; las historias de naufragios; las historias de cicatrices; la sonrisa de Claudia al final de Magnolia; la avenida Libertad cuando no hay gente; Scherezada; los abrazos en silencio; la calma; esa especie de colisión alegremente dolorosa que nunca dejas de sentir cuando descubres un poema que te ha explicado con claridad el universo; Me llamo Rojo; reír incontrolablemente; mis abuelas; los tiburones cuando matan; las piernas de mujeres; los mapas; Oscar Wilde, los hermanos Marx, Enrique Jardiel Poncela y las películas de Billy Wilder; Audrey Hepburn y sus sonrisitas de niña cándida: debe haber sido una pervertida bruja de irrepetibles proezas eróticas; las tortas de don Pepe frente a la Plaza de la Bandera; volar en avión; Chaplin; James Stewart; Liam Neeson; William Hurt; los maestros de escuela que adoran dar buenas clases y han entendido que su destino es ser sabios; la gente que escribe y no anda presumiéndolo; la gente que llora con las historias épicas; Grace Kelly; Humphrey Bogart e Ingrid Bergman incapaces de decirse adiós; Grady Tripp; Beatriz, Beatriz Elena, Beatriz Elena Viterbo, Beatriz querida, Beatriz perdida para siempre, soy yo, soy Borges; los escorpiones; los meseros solícitos y discretos; Stitch; los Potros de Indianápolis; los lagos a donde se puede ir a nadar; los baños de tina que duran horas; la embriaguez asombrosa del auténtico ajenjo; la tentación del opio; Sherlock Holmes; los barrios que se quedan solos los fines de semana; el whisky; el viejo Santiago; el Adriano de Marguerite Yourcenar; la voz que narra en Moby Dick; la discusión inútil e irreconciliable que podríamos haber tenido con B. Traven mientras escribía La rebelión de los colgados y El General; Buster Keaton; la gente que sí sabe tocar guitarra y disfruta de cantar canciones; los libros maravillosos que pudieron haber sido los libros de Harry Potter; caminar, caminar hasta que los pies laten de cansancio y te duelen por la mañana siguiente; los baños de vapor; Mozart; las enchiladas y los chilaquiles bien hechos; Caruso cantando aquello de “Una furtiva lágrima…”; casi cualquier ave si está volando; mis tíos cuando se ponen en plan carpintero y hacen que toda una casa huela a madera y a brocas de taladro sacando polvo de serrín; hablar solo; hablar a solas; leer teatro en voz alta; Gandalf; las espinacas; mis propios poemas; las escapatorias triunfales; el arroz rojo; cuando alguien ayuda a quien se ha caído en la calle; la luz del sol del ocaso que arroja manchas naranjas o rojas sobre las paredes y las azoteas y los árboles aunque el cielo esté morado de tan oscuro; las salas de cine vacías; las chamarras negras; flotar en el agua y cerrar los ojos; los calcetines con dedos; todos los dinosaurios; desvelarme; el vino; en general, cualquier jornada de trabajo duro que termine con un: “Ah, valió la pena”; Shakespeare; la sangre; los castillos; irse de casa; volver a casa; Ana.
(CHALE)
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