sábado, 21 de mayo de 2011

Qué he visto y qué no en Bogotá I


1. Sí, el cielo nublado. Una amenaza incontestable que deviene elegante tacañería sobre la ciudad. Y los bogotanos parece que detestan o tal elegancia o tal tacañería: no bien se le escapan al cielo las primeras finas gotas, todo el mundo se cierra los abrigos o se abre los paraguas. Y, como hay mucho bogotano bajito (también mucho alto), es todo un desafío caminar sin que te saquen un ojo o te claven una varilla en una oreja. Todo el tiempo está nublado. El sol pone a los bogotanos más festivos (por estos días, además, un torrencial desastre atravesó las afueras de la ciudad). Cae con profesionalidad y levanta calor del cemento o de los empedrados... pero lo mandan llamar de otras ciudades, creo yo, y las nubes grises de nuevo se enseñorean.

2. No, gente obesa. O más bien muy poca. Claro que hay gente con evidente sobrepeso, pero obesos, no, o se me han escondido, y que uno de esos gordos con pinta de cochitos (dirían los narcos de Alejandro Almazán) o aspecto de calamidad gástrica intente esconderse seguro que lo revelaría a todos. En Bogotá hay más bien gente en su peso. Ha de ser la altura.


3. Sí, mujeres bajitas. Muchas. La mejor guía del Museo del Oro se llama Diana y es tan interesante como el museo, una arqueóloga seria y de apariencia ruda pero trato gentil y cultura que se le desborda. Las visitas guiadas son gratis. O ésta me salió gratis a mí, con dos simpáticos bolivianos redondeando el tour. ¿Oro más plantas alucinógenas? Oh, sí: vayan al Museo del Oro.


4. Sí, grafiti. Una explosión de inconformidad social estalló entre abril y mayo y cubrió a la ciudad de pintas malhechas como se extienden las pinturas en el video de Café Tacuba (al que me lo escriba con uvé, "Tacvba", lo abofeteo por hipster mamón). Pero la brocha era marxista trasnochada y la lata de aerosol era de un setenterismo libertario de lo más excéntrico. Por todos lados hay rayones de hoces con martillos, llamados al levantamiento anarquista, solicitudes de subversión desde la imaginación... Rayaron toda pared, sobre todo en el centro, en torno a la 7a y carrera 7, donde están los edificios de gobierno. De alguna manera esto se corresponde con una cierta necesidad de actualidad internacional que me recuerda a la Morelia de las protestas iniciadas en casas del estudiante: ayer por la tarde caminábamos por la 7a y vimos una protesta proindependentista para... Palestina. "¡El pueblo / quiere / la liberación de Palestina!", intentaban corear los 60, 70 propalestinistas, cubiertos con el turbante a cuadros como bandera de fórmula uno que usaba Yasir Arafat; había en ellos una provocadora candidez y un atentado a la movilidad, porque bloqueaban toda la avenida. Ninguna consigna superó las reglas básicas de la rítmica: en eso los manifestantes mexicanos estamos más adelantados. La marcha se disolvió en el éter

5. Sí, esmog. Las horrorosas busetas, que son tan espantosas como los camiones de Guadalajara pero más chiquitos y más apretados y más, muchisísimo más viejas, no sólo sostienen una encarnizada batalla contra todo taxista que se les atraviese, (yo mismo he quedado atrapado entre una buseta y un poste, sobre la banqueta, a bordo de un taxi que creyose más delgado de lo que era), sino que además demandan su cuota de espacio bogotano para rellenarla con humo de sus mofles desenterrados de vestigios arqueológicos. El concepto "transporte público" es impermeable al concepto "afinación vehicular", y a otros mucho más peregrinos como "respeto al peatón", "sólo paradas autorizadas", "circular con puertas cerradas" y "el semáforo salva vidas".

6. No, gramática convencional. A los mexicanos nos hipnotizarían conjugaciones y declinaciones y formaciones de léxico como "semafórico".



7. No, nada, ninguno, not, nyet, edificios, casas o departamentos en renta. Todo inmueble "se arrienda".

8. Sí, bocas moviéndose con coqueta cadencia rumbeadora. El bogotano no habla: rumbea. El ritmo de su acento es bailador y musical, casi incapaz de desarmonizar, pues el fracaso de sus influencias llegó con el odioso reggaetón, al que todo bogotano parece reservar una fracción de cariño. El adolescente de pinta agresiva y acné desenmascarador se deja caer a sentones sobre el idioma cuando, de usted, le reclama a su delgada noviecita que haya salido con otro hombre, en la escalera eléctrica del centro comercial Salitre; a cambio, taxistas, recepcionistas, policías, soldados, tenderas de bar, gente cualquiera, compensa a nuestro atormentado patrimonio común con un par de piruetas sencillitas a ritmo de sabrosa cumbia incluso cuando te dicen: "¿Usté's mexicáno, señór? Tranquiiiílo, tranquílo, síííiiga; múcho guusto".

(NO SALGAS SOLO, ME DICE TODO EL MUNDO, Y MENOS DE NOCHE)

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