Han venido Vera y Tania y Marcos. Hemos tenido un ensayo que a ellos pareció raro, aunque a mí me dejaba certezas con amplio margen de dudas: prefiero esto último a la duda completa. Actuar no es sencillo: conocer o adivinar o suponer o conjeturar acerca de las intenciones de un personaje es concretar a una persona, no imitarla: es hacerla definitiva, impredecible pero familiar, precisa pero sorprendente. Juan, Jean, es un cerdo manipulador y un seductor experto, fascinante aunque sea un enano social; no es cínico, pero podría serlo; en la noche, en particular, de La señorita Julia, resulta que ha escogido probar si le resultará el flirteo siguiente. El pobre no ha pensado demasiado en la posibilidad de que esta vez le salga mal: ¿y si lo corren de la casa del conde? Casi me dan pena sus avances. No le perdones la vida al personaje, nos decía Rafa hace un mes, en el curso sobre Shakespeare: seguro que Juan se ve empujado y alentado por la estupidez, la locura, la necedad, la indolencia de Julia, pero él decide ser así de malévolo, de frío, de injusto, de cruel.
Pero no es lo mismo d/escribir sobre actuar que actuar. Hay que actuar. Accionar es un verbo horrible: hay que actuar. Estamos en nuestras escenas 4 y 5: Juan vuelve de bailar con Julia por segunda vez y encuentra a Cristina para ofrecerle disculpas porque no la ha llevado a la fiesta, ella no se queja y le pide que vayan de una vez, se sienten en confianza y se abrazan, Vera y yo hemos decidido besarnos un poco, Marcos nos pidió provocar un "resorte" más notorio cuando entra Julia y los encuentra a los criados y los interrumpe. Luego, el tropezado arranque de lo que podría ser un coqueteo, pero no lo es aún. Cristina se duerme y luego se marcha. Juan entiende que Julia no lo dejará en paz esta noche: "¿Sabe que es usted muy extraña?", le dice.
¿Muy extraña"?
Juan comienza el flirteo dándole a Julia ocasión de terminar con la charla de una vez. Ha completado algunos de estos avances ladinos que caracterizan a los hombres temerosos de ser infieles a sus esposas: besarle el zapato a Julia, confiarle dos o tres datos sobre la niñez en que él la veía "a menudo, aunque, claro, usted no se fijaba en mí"; y, tras cada uno de estos gestos, la retirada respetable y ofendida: "Alguien podría entrar y vernos. [...] Si usted supiera cómo le han estado dando a la lengua allá arriba hace un momento". Y yo, que tengo que mostrar todos estos gestos de Juan: va con Cristina, atiende a Julia, ve a Cristina irse y le remuerde por no cumplir una promesa hecha varias veces, siente el juego adolescente y caprichoso de Julia, verifica que Cristina no se moleste, va al ataque, quizá una o dos pistas para la señora de la casa, concesiones graciosas, se retrae, marca el límite, vuelve adelante, retrocede... Juan es claro y muy preciso, yo soy ambiguo y me agita la necesidad de agregar gestos al texto.
Acabo de darme cuenta que Juan produce la gran mayoría de las acciones de la madrugada: no de la obra, porque cada personaje motiva actos distintos. Juan se lleva la noche, terminará con las manos llenas de sangre. Macbeth habría aprendido bastante del calculador carácter de este ascendiente pequeñoburgués: a Juan no le preocupa lavarse las manos en el mar y que lo verde se tiña de rojo; le mortifica mancharse su traje más elegante, eso sí, y que ya no le luzca en los salones de Suiza.
Haré un Juan con quien coincidirá parte del público: tendrá que salir de acuerdo con que la culpa era de Julia, y al mismo tiempo tendrá que salir apenado por darme la razón.
Quiero respeto. Quiero que la gente aplauda mis actos. Quiero lucirme ante los demás.
Compraré un título nobiliario en Rumania.
(PLAYERA GRIS, CON EL ESTÓMAGO DESCOMPUESTO, AFUERA ESTÁ NUBLADO)
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