viernes, 25 de abril de 2008
Tres cosas felices
1. Babe. Cuando una película es protagonizada por un puerco, con perros ovejeros en plan paternal, un pato anoréxico metomentodo, ovejas que conferencian y una gata mala que sea rencorosa; cuando además los ratones anuncian cada nuevo capítulo y proponen títulos como "Puerco del destino"; y aparecen James Cromwell y Magda Szubanski como los actores principales (¡y don James Cromwell ay felices dioses le baila al puerco!); y gente como Hugo Weaving y Miriam Margolyes y Christine Cavanaugh y Miriam Flyn hace las voces... bueno, tienes que admitir que estás ante algo que resulta tremebundamente feliz. No recuerdo si me gustó o no la segunda, pero la primera película es de una dulzura increíble. ¿No habría sido genial que ganara el Oscar en lugar de Braveheart?
2. Guillermo del Toro sí va a dirigir The Hobbit. Está confirmadísimo, incluyendo el chisme de que las dos películas se repartirán entre la historia de El Hobbit en específico y algo que podríamos definir como una mezcla entre los Cuentos inconclusos, el prólogo a ESDLA, otros textos de complicado engranaje de Tolkien y, me parece, una larga y fertilísima historia de especulaciones de los fans. Quisiera desde ya, ay élfica lectora, oh lector que fuma en pipa, remitirte a El Fenómeno, que es insoportablemente fiel a Tolkien.
¿Me gusta la idea? Digamos que me mata de felicidad. Ayer vi Hellboy, un par de semanas antes soñé fragmentos de El laberinto del fauno, con cierta frecuencia proclamo que Blade II es la mejor de la franquicia. Viejo Memo: date un placer enorme, goza hasta el final el trabajo que acabas de firmar. Eres nuestro nuevo preídolo. ¡Elen síla lúmenn omentielvo! ¿No seremos felices los dos, todos, nuestro viejo y queridísimo alegre verde dragón grande profe?
3. ¿Cuándo se volvió Woody Allen un autor? ¿Lo fue siempre? ¿Hubo una película donde dijo: "Zas, me he encontrado a mí mismo"? ¿El día que un crítico decretó: "He allí a un autor"? Tengo para mí que es un asunto evolutivo, pero no es una obviedad: el Woody Allen de Take the money and run y de Bananas no sólo es el mismo, sino que es apenas el que prefigura maravillas como Interiores, Manhattan o la proverbial, insuperable Annie Hall, ya no digamos Hannah y sus hermanas o Maridos y esposas. De Stardust memories a Sweet & lowdown, o de Amor y muerte a Match point, lo que puede verse son los rígidos arcos narrativos por los que transita el cine del señor don Woody, el armazón explícito de sus preocupaciones, de sus diversiones, de sus apuestas, de sus riesgos. ¿No es un riesgo ser el mismo director de Another woman que el de Deconstructing Harry o que el de El dormilón o que el de válganos Zelig? Y, sin embargo, cada vez que veo de nuevo Broadway Danny Rose, y esta noche ha sido la cuarta, me queda algo bien claro: ése es Woody Allen. Ése feliz de imaginar que, un día lejano, en el Carnegie Deli de la Séptima avenida (¡yo he comido allí!), se cuenten historias sobre cómo él es una leyenda viva. Que, en su caso, las historias patéticas, trágicas y cómicas a un tiempo, que se podrán contar acerca de su propia vida, serán todas contadas con verídica admiración y sincero humor por quienes sabrán disfrutarlas de veras, entre amigos y con un poco de nostalgia, sin lástima pero con algo de pena: porque el mundo es gracioso y triste al mismo tiempo y la gracia consiste en tener algunas risas, pero también unas cuantas lágrimas bien empleadas. De otro modo, ¿cómo íbamos a apreciar ninguna de ellas?
De Broadway Danny Rose a la más explícita Melinda & Melinda no hay más que un largo periodo de ensayo, uno de esos largos periodos de ensayo geniales en la obra de un viejo que atinó casi siempre y, cuando no, era (aquí sí) por razones obvias: ¿cómo iríamos a ver con honestidad ésas sus películas maravillosas, si no consentíamos la honestidad de ver aquéllas las menos afortunadas? Lo mejor del asunto es que el señor está vivo, está por estrenar una cinta nueva con actores de moda que han probado ser fantásticos y a los que ya me imagino tropezando frente a la curiosa dirección del señor don Woody, esa confusa mezcla de exigencias de genialidad que se atropella bajo las ruedas de su ensimismada pericia técnica. Pé, Bardem, Scarlett: sufrir, que a ustedes les ha tocado. Y muchos buenos divertidos y tristes dioses quieran que haya más cintas después de don Woody. Nos ha enseñado a ver cine: es el más feliz regalo que puede darnos un director predilecto. Y el nuestro, don Woody, es una leyenda viva.
¿No es todo esto patéticamente feliz?
(SI YO PUDIERA ALEGRARTE EL CORAZÓN, CANTARÍA CON GUSTO PARA TI; QUISIERA DARTE YA UN DÍA FELIZ Y PODER TENER, ASÍ, UN GRAN CORAZÓN: BRILLARÁ EL SOL EN UN GRAN DÍA AZUL Y TE DARÁ LA VIDA GRAN ILUSIÓN, YO VOY A HACER QUE PUEDAS DISFRUTAR, MHM, MHM...)
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