jueves, 13 de noviembre de 2008

De El dedo de oro

México, año 2029. A sus 129 años, el líder obrero Hugo Atenor Fierro Ferráez está en el hospital. Sus cuatro hombres de confianza (el más inmaduro tiene apenas 98) se reúnen en su oficina de la Torre de la Flama.

Cuando Casasús sintió venir a los demás, corrió hacia el muro de las fotos y fingió estudiarlas con aire respetuoso. Entraron a la oficina pastoreados por Catita y se abrazaron solidariamente. Casasús fue el primero en hablar.

—¿Gustan Jarrito? ¿O, quizá, Bimbuñuelo?

—Más bien gustamos un poco de información —dijo el grosero de Soto Tobías.

[...]

—Me pregunto si no habrá intervenido en esto una mano contraria a los grandes designios nacionales —especuló Casasús.

—Las ideologías ajenas a la Revolución —dijo Rivascacho.

—Los que una vez nos saquearon y nos quieren volver a saquear —dijo Soto Tobías.

—Las ajantes del darrotasmo —calculó Cauterio.

—Los que se miran en el espejo negro de Tezcatlipoca.

—Los vendepatrias y los marchantes de la desilusión.

—Los cófradas de la ascaradad.

—Los encapuchados del pesimismo.

—Los torquemadas del descorazonamiento.

—Los turistas de espejismos ideológicos.

—Los correveidiles de la amargura.

—Los monotemáticos del caos.

—Los mercachifles del desamparo.

—Los patrocinadores de la contrarrevolución oportunista que nace de la crisis y se han propuesto orientar sus acciones en el sentido de vulnerar y desacreditar las instituciones con el propósito de erosionarlas.

—Los que no entienden que las instituciones no fueron creadas de manera casual, sino que son fruto de las mejores aspiraciones patrias, que responden a nuestras peculiaridades propias y afanes históricos singulares, por lo que su desarrollo y perfeccionamiento sólo a nosotros atañe.

—Las megáfonos dal dascalabro.

—Los amplificadores del mal agüero.

—Los detentadores pleistocénicos y cuasicadavéricos del poder y los gerontócratas reacios a la renovación de los cuadros dirigentes.

Lo que dijo Rivascacho generó un silencio embarazoso. Los líderes cambiaron de nalga y emitieron algunas toses reprobatorias. Rivascacho pensó que a lo mejor ya había dicho una pendejada. Trató de recordar lo que había dicho pero ya se le había olvidado.

—Con todo respeto, compañero Rivascacho, pero soy exactamente de la opinión de que acaba usted de proferir una enorme pendejada —dijo Casasús.

—Sa, hombre, tan bien que ábamos —dijo Cauterio, meneando su cabeza de piedra.

—En usufructo de mi derecho a retirar mis opiniones en caso de que incomoden a los demás, compañeros, retiro lo dicho que, por otro lado, ya se me olvidó qué fue.


(GUILLERMO SHERIDAN, ALFAGUARA, 1996)

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