El Dios en el que he creído todos estos años dejó dicho que, en el final de los tiempos, los muertos se alzarán, serán juzgados, sentenciados y perdonados. Hace bastantes siglos que al inventor de esta mitología y de sus ritos se le ocurrió que sería incapaz de explicar el misterio: ¿y cuándo ocurrirá todo eso? ¿Y cómo nos juzgarán? ¿No es ya juicio suficiente esta vida, el tránsito inexplicable desde el nacimiento hasta la muerte? ¿Y qué habrá mientras tanto, mientras esperamos a que nuestro Dios, al que hemos dado vida porque creemos en Él, que nos dio vida, se decida a ponerle fin a todo?
Le atribuimos a ese Dios muestras variadas de otros dones, además de los apocalípticos: pensamos en Él cuando somos felices, y a Él encomendamos nuestras suertes cuando nos va mal. Le consagramos a Él nuestros esfuerzos y nuestros triunfos, nuestras derrotas nos hacen voltear al cielo y alzarle a Él un puño, y luego le agradecemos momentos que valen la pena. Es un Dios; no tiene la culpa. Le dimos tanto poder, que nos consuela que siga allí, siendo Él. Y un secreto consuelo nos conforta: a Él podemos confiárselo todo.
Bien.
Hoy murió mi tía Ana. Me avisaron poco después de las 19:00 horas. Tenía 42 años, tres hijos y un carácter del demonio. Era 14 años mayor que yo. La vi, en su hospital, el lunes. No supe qué hacer, así que obedecí a otra tía, que me dijo: Despídete de ella. Perdónense lo que tengan pendiente. Uno nunca sabe.
Me ha avisado mi padre, que ha perdido a su hermana menor.
Nuestro Dios nos ofrece un consuelo muy simple, pero más adelante veremos que es caro y valioso: Él sabe, Él decide, Él ve. Nos acogemos a su juicio aquí, en la vida. Si hay algo después de la muerte, Lo conoceremos. Y si no hay, junto con Él penetraremos las regiones silenciosas que nos anunció un príncipe danés atormentado.
Bien.
La vida sigue.
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1 comentario:
Queobo recabrón. Me gusta tu estilo por desenfadado y nulo de poses. Algún día me gustaría escribir como tú. Te saludo.
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