domingo, 5 de abril de 2009

Descubrimiento

Últimamente, no me he sentido enfermo. Los días pasan con la lentitud de las horas que impiden que las llenes; inútiles, se prolongan las horas; nada hay más irrelevante que tu conciencia del tiempo que se te va. Envejeces, y no haces nada contigo mismo. Estás enfermo.

Yo vivo todo lo anterior, pero he aprendido —en el ansia, en la curiosidad, en los proyectos— a reírme de una dolencia que ya no me espanta: sé, al menos, que no es todopoderosa.

Estoy vivo.

No me siento enfermo.

Sé que nunca me curaré. Sé que llevaré conmigo esta marca en la frente hasta el final de mis días. Así viva cientos de años, Dios no ha de quitarme el tatuaje que me puso.

Pero ahora mismo sonrío y digo:

sigamos adelante.

No me siento enfermo.

(¡MIAU!)

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