miércoles, 25 de julio de 2007

La dictadura del Pulparindo

Estados Unidos prohibió a sus ciudadanos, como mi hermana y mi tío Jaime, que coman Pulparindo, porque el riesgo de que se conviertan en seres idiotas como los mexicanos comunes y corrientes que sí lo ingieren es altísimo. Los pobrecitos gringos se quedan, así, otra vez a salvo de las insidiosas y nocivas costumbres alimenticias de los mexicanos, que configuran, sin embargo, parte de eso que en la televisión llaman "nuestra cultura": yantar tlacoyos y tamales y lonches y taquitos de modo que no consumamos las cuotas indispensables de vitaminas frescas, minerales selectos y proteínas fortalecidas, sino cubetas de aceite quemado, irritante chile con semillas para desarrollar divertículos y gastritis y una dosis variada de toxinas a cual más temible. Y sí: mucha chatarra, gobernada con —flexible y azucarada— mano de hierro por un comité de Pulparindos.

Yo, que no soy fan de esta golosina, me veo movido a escándalo por la noticia. Si el Pulparindo es malo, alguien, por el amor de todos los dioses, lo prohíba también en México. O lo distribuya sagazmente, entre clases específicas, de modo que el totalitarismo ramplón de nuestro sistema de gobierno —el que sea: a todos se le ocurren ideas muy curiosas— eche mano de esta útil herramienta para acabar con el Enemigo Interior.

Horror, digo yo.

(EL PIPUCHO ES NUTRITIVO)

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