Con Josué hay tres rutinas de algo que él, en su infinita y budista modestia —equiparable a aquélla de los personajes de película de guerra que siempre le gritan a los reclutas protagonistas e invariablemente terminan matando a alguno de sus alumnos en una práctica—, llama "calentamiento":
1) Un baile de estiramiento, con jalones de articulaciones, cadera, mucho flex hacia el suelo y un montón de espalda.
2) Una rutina larga de abdominales y lagartijas que termina con un poquito de estiramiento y algo de jogging a velocidades variables.
3) Una serie de trabajo en el piso, que exige distintas posiciones de piernas abiertas y que obliga a mantener la columna firme hasta la infamia.
Hoy las puso todas.
Claro que Josué es un bailarín genial, pero los artistas de la danza no necesariamente están exentos de convertirse en los inmisericordes mercenarios comenovatos que adornarán los andadores del infierno con rumbo a los nueve círculos.
Allá me verá Josué, en uno de ésos, y habrá de burlarse de mi desbordada tripa.
Sí.
Pero allá me verá.
(PUF, PUF)
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