jueves, 11 de septiembre de 2008

Lucas (un poco de consuelo) (extrañamente elegido) (pero útil, al final)

Hoy ha muerto Lucas. Por la madrugada se esforzó todavía por respirar pero ya estaba flotando solamente, cansado después de tantos meses de combatir, con su singular ausencia de criterios, tan característica de un pez que es pez y no quiere ser más que pez porque ha hallado la felicidad siendo pez en el caso de que un pez busque la felicidad y yo no sé por qué la felicidad debiera negársele a los peces siquiera como posibilidad, cansado, digo, después de meses de combatir una enfermedad que lo lastimó por dentro y ya no lo dejó nunca. Personalmente, siento alivio: ver sufrir a un animal no es algo lindo. Pero es verdad que Lucas se aferró como un idiota o un necio o un loco o un divertido infante a seguir vivo, a comer, a cometer locuras como nadar contra el vidrio o ejecutar piruetas complejísimas alrededor de nada. Y eso daba esperanzas.

No sé si hay un cielo para peces. Supongo que el cielo es eso donde no hay tristeza y donde la melancolía impone su júbilo a otras facetas que posee y que son peores. Lucas era un argumento suficiente a favor de la ausencia de la tristeza, a favor de la abolición del mal humor, a favor del combate al vacío. Estaba vivo y se afanaba estándolo. Otros, que por voluntad o por problemas con ciertas hormonas, somos incapaces de afanarnos igual, habremos de tomarlo siempre como ejemplo: si un pez era feliz, ¿no podríamos, también, serlo nosotros?

Ya están enterrados juntos, Lucas y Fabián. Se pensará que le doy demasiada importancia a la muerte de un pez. Pero era mi pez. Ha sido un mal día, con un sueño de terremotos en casa de amigos, la memoria de un 11 de septiembre que no me pertenece y que le importa más a más gente. Extrañamente, he encontrado un poco de consuelo en Lucas, pero no el pez, sino el evangelista, y quiero citarlo aquí, para volver a casa sabiendo que otros, antes, escribieron ideas ridículamente humanas sobre aquello que somos humanamente incapaces de explicarnos. Prefiero pensar en que mi pez no sufre más.

Limpiaré la pecera, le sacaré el agua, usaré el mueble para olvidar libros y revistas. Luego, en unas semanas, quizá vuelva a intentarlo, quizá intente tener otros peces.

Mi vida no es la que se ha detenido.

36 Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: “La paz con vosotros.” 37 Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. 38 Pero él les dijo: “¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón? 39 Mirad mis manos y mis pies; soy yo mismo. Palpadme y ved que un espíritu no tiene carne y huesos como veis que yo tengo”. 40 Y, diciendo esto, los mostró las manos y los pies. 41 Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: “¿Tenéis aquí algo de comer?”. 42 Ellos le ofrecieron parte de un pez asado. 43 Lo tomó y comió delante de ellos. 44 Después les dijo: “Éstas son aquellas palabras mías que os hablé cuando todavía estaba con vosotros: ‘Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos acerca de mí’”. 45 Y, entonces, abrió sus inteligencias para que comprendieran las Escrituras, 46 y les dijo: “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día 47 y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas. 49 “Mirad, y voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto”. 50 Los sacó hasta cerca de Betania y, alzando sus manos, los bendijo. 51 Y sucedió que, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52 Ellos, después de postrarse ante él, se volvieron a Jerusalén con gran gozo, 53 y estaban siempre en el Templo bendiciendo a Dios.


(ZAS)

2 comentarios:

Amaltea dijo...

Luquitas estaba loquito... demente (de ahí su nombre), pero su locura era alegre alegre como ver un arcoiris. Nos hacía reír con sus ocurrencias, especialmente con su manía por nadar de cabeza y de lado. Confiaba y se acercaba a los dedos que entraban en la pecera, y nadaba entre los otros peces (las hienas) aunque lo mordieran. Lo vamos a recordar y extrañar cada vez que miremos el espacio vacío que dejó. Espero que ahora esté jugando con Fabián de nuevo, porque estando juntos vivió su época más feliz. Hasta la próxima, panzoncito chiquitín.. Te quisimos cientos de veces tu tamaño.

Iván González Vega dijo...

¿Nadie se acuerda de las Hienas?

¡Las Hienas eran Buenas!
¡Con las Hienas, no hay Penas!
¡Las Hienas se murieron por Docenas!

(damn)