miércoles, 5 de noviembre de 2008

Shyamalan, el amor, William Hurt, The Village


En The happening, el amor es un acto de la naturaleza: jamás terminaremos de entenderlo. Es el único consuelo para la destrucción: donde hallemos el final, el final absoluto, el ineludible, infinito e incomprensible final, allí el amor servirá para permitirnos atravesar la muerte con los ojos abiertos.

En Signs, el amor se alimenta de la fe: a la muerte que deja tras de sí rabia, resentimiento, dolor y derrota, deben sobrevivir la paciencia, la paz y la esperanza: la fe, que da fuerzas a quienes ya no las tenían, en nombre de quienes aún no pueden defenderse solos. ¿Voy a hundirme, a mí, que todo me lo han quitado, ahora que otros me necesitan?


The village es una película sobre el amor: sobre el amor atemorizado y retraído, que inventa estrategias siniestras para proteger lo que desea conservar; y sobre el amor arrojado y valiente, que desafía toda norma para salvar lo que ya se cree perdido. En ambos casos, el amor se revela como la fuerza que impulsa los actos humanos trascendentes: el guía verdadero de las acciones que nos definen. Dice el entrañable personaje del poderoso William Hurt, uno de los mejores actores de Estados Unidos: "The world moves for love. It kneels before it in awe".

Suele repudiársele a Shyamalan que filme historias obvias, simples y tan llanas que los elementos que deberían ser asombrosos en ella se convierten en meros pretextos, en simples repasos mal hechos. Dejó de ser un director de grandes guiones para convertirse en un director de monstruos de plastilina.

Creo que, en el caso de Shyamalan, la crítica está tan exageradamente equivocada, le ladra con tal denuedo al árbol equivocado, que comete el doble pecado de perdonarle a este director sus errores más evidentes y de castigarlo, en cambio, por la mejor de sus virtudes: es un gran narrador; un narrador comprometido, además, con un tema que debería asombrarnos a todos, ante el que deberíamos inclinarnos con veneración, a cuyo hechizo cedemos todos a diario, y que debería inocularnos, en estos tan deplorables tiempos, esperanza, fe, fortaleza y consuelo suficientes para sobrevivir.

Pero no. El problema es que sus extraterrestres son chafitas y que sus monstruos son trucos de actores.

Bah.


Podría escoger todo el metraje de William Hurt en The village y hacer, estoy seguro, un documento de auténtico valor para cualquier estudiante de actuación (pero véase, por Dios, la cinta: vea usted a Adrien Brody en un impresionante ejemplo de su talento, veáse a Joaquin Phoenix equilibrando su rostro magnífico y su cuerpo como una maquinaria de relojería sobre la cuerda tensa de la discreción y el contenimiento, hay que ver a Brendan Gleeson (dos o tres gestos y ya está: cátedra para expertos y novatos) y a Cherry Jones, a Celia Weston, a Bryce Dallas Howard bordando un trabajo afortunadísimo y a una Sigourney Weaver inolvidable e increíble.


Entre ella y William Hurt hay una escena muy breve, importante pero al final prescindible para la historia principal de la cinta: sus personajes se han amado por años, pero, casados ambos, viudos luego, han declinado estar juntos. La gente lo nota: Joaquin Phoenix, el hijo de ella, los ve cuando están cerca: "Nunca te toca", le advierte un día. Más adelante, en una fiesta de bodas, ella intentará tocarlo, para comprobar lo que su hijo ha visto y entendido.

Joaquin Phoenix es apuñalado en la aldea y agoniza; Bryce Dallas Howard, la hija de William Hurt, atravesará los bosques infestados de monstruos para traerle medicinas, pues lo ama. William Hurt la convence de hacerlo, aunque teme que no vuelva. Luego va a darle la noticia a Sigourney Weaver. Ella está en su casa, lavando con lejía sábanas limpias para Joaquin Phoenix. No encuentro el video, así que intentaré describir la escena de memoria: Hurt entra a la casa subiendo escaleras, mira a Weaver y ella se inquieta o se prepara, lo que hacemos al ver a alguien ante quien debemos fingir nuestros sentimientos reales para que los detecte (sí, el amor es así). Él la tranquiliza, mira hacia el piso, va a decirle algo importante: "Mandé a Ivy a los pueblos", le dice. Sigourney gira completamente su cuerpo, abandona la colada y se cubre la boca con las manos. Va a recriminarlo, va a llorar por la hija de él, es como si él mismo la hubiera matado. "No tuve otra opción", la ataja él. Y ella lo admite, pero aun podría protestar: todavía es posible detener a la joven. "Y es todo lo que yo puedo darte. Es todo lo que puedo darte para salvar a tu hijo", termina Hurt, vaciando con palabras a propósito enmascaradas lo que debía decir de otra manera: "Y es como si fuera mi hijo, también, y le he entregado a la mía. Es que ellos salvarán lo que nosotros cedemos. Es que ellos se aman, como hay amor aquí, pero lo merecen, y deben tenerlo aunque les cueste la vida. Es que el amor es más importante que estar vivos, y a nosotros ya nada nos queda, pero a ellos los espera todo".

Sigourney Weaver va a hablar, pero entiende. No debería decir nada. Debería tomar las manos de William Hurt y pedirle consuelo, que la salvara de arrepentirse, que la proteja. ¿No es, en la persona amada, donde, ridículamente, hallamos mayor protección? Y lo está intentando, ese gesto en Sigourney Weaver es magnífico: se miran a los ojos, pero las manos de William Hurt ya no descansan a los lados de su pantalón sino que sus dedos se estiran hacia las uñas de ella, cuya mano izquierda se alarga para tocar el brazo del hombre que tiene enfrente. Todo lo que debe hacer es terminar el movimiento: ya lo disfrazará, más tarde, de amable cortesía.

Pero ya el mundo no les pertenece. Comparte con William Hurt la comprensión de esa verdad incontrovertible: un buen día, los hijos que hemos tenido se vuelven responsables del mundo que nosotros no pudimos cambiar. Les toca a ellos sufrir, vivir y morir para sus nuevos hijos. La vida no puede parar. El amor se renueva a sí mismo y nada detiene su marcha: todo el mundo se inclina ante él con veneración.

"Acepto", le dice.

PD
He encontrado la escena. Está en este video, en el minuto 1:10. Veo que la recuerdo con muchas licencias, pero, una vez más, confío en mi mal gusto. No siempre me equivoco.



(IT KNEELS BEFORE IT IN AWE)

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