miércoles, 14 de enero de 2009

Ivanes 2008: Mejor Actor

Casi no quepo de asombro: ¡tengo muy pocos actores principales compitiendo por el Ivanes de 2008! Seis, como máximo, en un año sembrado de varias películas que integraron elencos de primer nivel. ¿Cómo olvidar el ensamble brutal que armó Sydney Lumet para Before the devil knows you're dead? ¿O el de My Blueberry nights, nada menos que bajo la batuta de wong Kar Wai? Y muero de ganas de darle el premio a Robert Downey Jr., cool hasta la exageración Iron man... pero no, no será así. Veamos.

¿Vio usted Rescue dawn, de Werner Herzog? Christian Bale estuvo allí de un modo inolvidable, igual que en I'm not there, ese curioso experimento alrededor de la figura de Bob Dylan y que en The Dark Knight, donde todos lo vimos. Yo consideraría igualmente al fantástico Philip Seymour Hoffman, a quien este año vi en Before the devil..., The Savages y Charlie Wilson's war. Imposible dejar de lado a Daniel Day-Lewis, cuyo trabajo en There will be blood hace que uno se hinque a rezar. Gracias a la Moliére de Laurent Tirard conocí a Romain Duris. Ang Lee iluminó su filmografía con Tony Leung Chi Wai en Lust, caution. Julian Schnabel le dio a Mathieu Amalric la oportunidad de su vida (porque lo que hizo en Quantum of solace está muy bien, pero bueeeeno...), gracias a la estupenda Le scaphandre et le papillion... Y, puesto así, se hace menos difícil el trabajo de votar y entregar el Ivanes 2008 a Mejor Actor a Daniel Day-Lewis.


Va a ser imposible que olvidemos a Daniel Day-Lewis allá, cerca de nuestras muertes, cuando recordemos lo mucho que nos gustaba el cine y quiénes eran nuestros actores favoritos. ¿Por qué no mencionamos a Day-Lewis más seguido? Fácil: porque sus cintas suelen no ser memorables. El memorable es él: es como contemplar a medio metro de distancia un hermoso Da Vinci en una galería de barrio cuyo director consiguió los permisos de exhibición después de varios años de gestiones esforzadas. Day-Lewis es una fuerza de la naturaleza, digámoslo pronto: sus roles espectaculares en cintas como Gangs of New York y Mi pie izquierdo no ocultan, tras la estridencia, la depuradísima técnica y el fino buen gusto de sus elecciones como actor, y su inteligencia y evidente cultura sobresalen en medio de sus compañeros de elenco casi siempre. Cómo brilla en In the name of the father, por ejemplo. There will be blood habría funcionado a 50 por ciento, admitámoslo, si no hubiera sido por él: por su endemoniada recreación de un personaje clásico, por su brutalidad y su fiereza, por la fuerza de sus gestos y la colosal humanidad de su personalidad monstruosa. ¿Haría esto cualquier actor? No, no. Y no sólo eso, sino que quizá dos o tres en el planeta, solamente —y el cine no parece llamarles la atención—, lo harían con tal espectacularidad. No: no será un Jack Nicholson, o un Dustin Hoffman, o un Al Pacino, o un Robert DeNiro, una de esas bestias consagradas e intocables a las que les perdonamos todo. Será, hasta el final, un artista de primera línea, temible y digno de estudio reverente.

(I DRINK YOUR MILKSHAKE!)

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