martes, 29 de enero de 2008

Las alas sobre Berlín (Berlín II)


Está por comenzar la Berlinale y es la onda cinera de estos días. Me da un no sé qué imaginarme que en el mismo sitio, en unos días, Isabel Coixet va a presentar una adaptación de Elegía de Philip Roth (¡con Penélope Cruz!); se estrenará la película donde Scarlett y Natalie son las hermanas Bolena que se andan peleando a un barbón Eric Bana; la nueva de Scorsese con los Rolling Stones; la nueva de Mike Leigh; la nueva de Lance Hammer; la nueva de Michel Gondry que sí me interesa ver (qué falta le haces, Charlie Kauffman); los cortos porno de insectos de Isabella Rosellini y hasta la nueva de Madonna. Quisiera ver Patti Smith: Dream of live, de Steven Sebring. Patti ha vuelto a mi vida y no debería perderla. Ay, Jarvis: tan cerca, tan lejos. Ja. El caso es que todo es noticia. Y eso, sin tomar en cuenta que PT Anderson irá allá a ratificar su condición de director del año. Mientras escribo esto, pienso que John Rambo tiene arriba de 8 en la calificación de la IMDb. Rambo no me importa en el mundo. Me importa ir a emborracharme a Berlín y gritarle a Isabel Coixet: "¡Chabela, gracias por Sarah Polley, pero deja en paz a Roth!".

Ya veremos.

No. No veremos.

Berlín está lejos. ¿A que sí? Supongo que Wim Wenders filmó aquellas cintas en un cursi arranque de romántico furor por la ciudad. Y cada ciudad está lejos de aquellas personas a quienes más les importa.

Las ciudades son de los extranjeros, digo yo. La gente que de verdad las desea no está nunca en ellas. Y entiendo, entonces, ya no digamos Lost in translation (qué desperdicio de buenas ideas), sino muy concretamente Las alas del deseo y ¡Tan lejos, tan cerca!: "Toda esta gente vive acá, y es infeliz. Yo, si viviera (si viviera aquí), ¿sería infeliz, como ellos, o feliz, como ninguno de ellos?".

Cada palabra debe decir lo justo, opino yo. Lo correcto. Tener profundos significados casi inescrutables para quien las escribe o las pronuncia. Por eso es, a veces, tan difícil abrir la boca y decir. Por eso muchos prefieren quedarse callados y esperar que pase el momento de haber hablado. Un "sí, lo haré, lo haremos juntos" sería fatal; y por fatal, no haberlo dicho lo sería también, pero uno, al menos, vería al destino cernirse sobre el universo, y no habría participado en la labor de aquellos que se sientan a mirar el cielo y gritan: "¡Estamos acá! ¡Que lo que ha de venir, venga ya sobre nosotros!".

Hay que actuar o no actuar. Ése es el dilema. Hay que hacer o no hacer. Lo que decidas arruinará una vida entera.

Pero vas a salvar otra. Si lo haces bien, vas a salvar otra.

Y si no, no hay problema:

Siempre podrás intentarlo de nuevo.

(DECIDE)

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