martes, 29 de enero de 2008

Tan lejos, tan cerca (Berlín I)

Creo en los hombres que se equivocan de buena intención. Creo que más de un éxito en la vida fue un error en un principio: el retorcido efecto inesperado de aquello cuyo autor lloró una noche larga, aferrado a una hoja de papel o a una sábana o a una camisa ajena o a una fotografía o a un cheque o a unas llaves de una puerta que ya no podría abrir, clamando a los cielos que al abrir el crispado puño fuera distinta toda la vida, la vida entera. Creo en los hombres que se equivocan porque confiaron en sí mismos y aprendieron así que los hombres que confían en sí mismos pueden equivocarse, y que no hay nada más que aprender de esta lección. Creo en los hombres que descubren que están ciegos si no persiguen aquello por lo que han apostado tan alto: pasarán por encima de tantas oportunidades colaterales, tantas alternativas no previstas, y a todas las pisotearán, y a muchos harán daño por saber que serían incapaces de comprenderlos. Creo en todos esos hombres: creo en el error, el error en el que hemos creído un poco, o apasionadamente. Porque nos hace humanos y nos hace distintos. Porque unos fracasan para que puedan triunfar otros, y porque a veces triunfan, sólo a veces, los que de veras merecen un triunfo, discreto o estrepitoso.

Creo en haberse equivocado. Creo en vivir después del error.

Creo incluso en el milagro de equivocarse y ganar, ser, contra toda probabilidad, el amo y señor de la victoria.

Pero sobre todas las cosas, sobre todas las cosas, creo en el inapelable derecho que tenemos todos los seres sobre la buena tierra de Dios a equivocarnos, sobrevivir a la derrota y equivocarnos de nuevo, haciendo exactamente lo mismo otra vez: creo en los hombres que, habiendo tenido una oportunidad para arreglar las cosas, lo arruinan todo de nuevo.

Cada tanto hay que volver a arruinarlo todo.

(IN WEITER FERNEH, SO NAH!)

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