En ausencia de los Potros de Indianápolis, equipo glorioso y excelso donde los haya, he elegido elegir a los Gigantes de Nueva York este año: cualquier cosa con tal de aplastar a los pesaditos Patriotas de Nueva Inglaterra. Y con el agregado de que el QB involucrado es un Manning: Eli, el hermano menor. Lo que sea por arruinar a Brady, de veras. Pero se da la circunstancia de que, además, estamos hablando de un equipo de Nueva York contra otro de Boston: dos de las ciudades que conozco en Estados Unidos, y de las cuales no puedo tener mejores opiniones.
En contraste con el arrojado ánimo del equipo de Foxboro, aguerrido y apabullante, Boston es una ciudad apacible y límpida, con el carácter de una jovencita que estudiara una exigente currícula universitaria pero tuviera, todas las mañanas, humor de perfumarse con fresca hierbabuena y despeinarse un poco las puntas de la cabellera. Es agradable y tranquila, algo inquietante por las noches, ruidosa en la periferia, de eficiente apariencia en el transporte y un espíritu universitario que peca de pedantería, ese excesivo tono de "ésta es la ciudad de Harvard". Pero uno se lo disculpa por sus ocultos restaurantes, sus múltiples tabernas vetustas o de aire vetusto, el ingenio de la publicidad del tren ligero que invita a no tirar colillas en las estaciones, el gigantesco río que la circunda. Boston es sospechosamente amable. Uno se queda con la impresión de que algo malo debe tener, oculto bajo las bonitas losas de las banquetas del centro, o cuando pasa la hora de que brille el sol y se sienta el aire fresco.
Boston es cuidadosa. Me pregunto si mi comparación con la jovial estudiante universitaria no será equivocada, y debería hablar más bien de una emperifollada muchachita de afeites y un bolso Vuitton para cada día.
En todo caso, es emperifollada pero huele rico.
Nueva York es Nueva York: la ciudad más ciudad del universo. Una especie de Ankh-Morpork con sofisticación, un sobresaliente triunfo de un proyecto científico de estudiante de secundaria basado en la idea de reciclar un montón de basura y producir un organismo sustentable aunque tenga corta fecha de caducidad. Y qué hermoso proyecto científico: el orgasmo intelectual de los sociólogos y los antropólogos, el licuado del mundo, el público triunfo de las ganas de vivir amontonados sin matarse a los cinco minutos, la delicia de adornar las fachadas de todos los edificios aunque por dentro no haya ni luz suficiente, el efecto de meter necios parques y necios jardines donde no deberían estar con el resultado de que no hay una ciudad parecida a ésta en ningún otro sitio. Si no fuera por el clima, me iría con gusto a vivir a Nueva York.
El clima y el dinero, por supuesto.
El Universal publica un artículo sobre la "eterna rivalidad" entre ambas ciudades. A mí no me importa. Sé que es más probable que ganen los Patriotas, pero he decidido que voy a apoyar a los Gigantes. Y, si vuelvo algún día a Estados Unidos, visitaré ambas ciudades y me volveré loco en el parquecito cuyo nombre nunca recuerdo en el centro de una y la vista de y desde los rascacielos de otra.
(GO, COLTS!!! SNIF...)
No hay comentarios:
Publicar un comentario