lunes, 7 de abril de 2008
Polanski (Pollanski es un pollo)
Anoche vimos El inquilino. The tenant. Le locataire. Casi no pudimos dormir: don Roman aprovechó para inocularle a los eventuales espectadores de esta cinta todos y cada uno de sus recursos de magnífico productor de suspenso y el efecto del conjunto es tal, que El inquilino termina por ser una película de terror. Vera tendrá pesadillas el resto del año. Yo ya he puesto distancia a esta altura respecto de la historia, de su concepción surrealista, de su énfasis en los delirios del personaje principal, de la apuesta por confundir o desorientar al espectador con la posibilidad de que al pobre inquilino le ocurran de hecho las cosas que cree que le ocurren. Y una coincidencia asombrosa: hoy Antonio me ha pasado la Chilango más reciente, sobre el Festival del Centro Histórico del DF, y la nota sobre el montaje de Jodorowsky que se presentará en las siguientes semanas alude a los pánicos y Roland Topor, el autor de la novela que adaptó Polanski para su película. Aquí, un muy buen artículo en un blog sobre este Polanski y su parecido con otra cinta de Murnau; y aquí, además, un post que lo deja a uno con la boca abierta. Aquí, además, varias fotos de la cinta, en un sitio interesante sobre su filmografía. Topor es tema aparte.
Qué actor monstruoso es Polanski. Era de veras bueno.
Polanski me (nos) gusta cada vez más. Hemos podido sortear hasta ahora las dudas sobre sus peores cintas, según el consenso de los años: vimos Macbeth y El bebé de Rosemary y El pianista y eso sería suficiente. Pero también han venido, y han pasado con buena impresión, Tess, La muerte y la doncella, la sensacional El cuchillo en el agua; y tenemos una notoria buena opinión de Oliver Twist. Adoramos Frantic por cool y porque Harrison Ford es extremadamente cool (¡ese osito!). No hemos visto Piratas y a mí me parece que no volveré a ver nunca La danza de los vampiros. Nos falta repasar La novena puerta (aquí, un post curioso sobre esa fallida cinta). Nos falta ¿Qué? y nos falta Cul-de-sac. Tenemos en casa Repulsión y Vera a esta hora estará viendo Chinatown, que no es de mis favoritas.
Polanski es un experto en varias cualidades técnicas que Vera y yo consideramos indispensables: fotografía, música y sonido de virtudes primordialmente narrativas, regodeo plástico sin exageraciones impresionistas ni pretensiones de originalidad rampante, dominio sobre la luz y sus posibilidades expresionistas (¿qué pasaría si Polanski hubiera filmado más en blanco y negro? Repulsión me urge): es moderno, pero tiene un algo particularísimo que lo hace clásico; es denso y exigente, pero también es entretenido y vigoroso. Y entonces vemos las dos cosas que más nos importan de todas sus películas, de todas las que hemos visto: de todas. La primera, su estupenda, proverbial dirección de actores, capaz de sacarle todo el provecho a la inquietante, repulsiva, elegantísima, súper femenina Lady Macbeth, o de convertir a Jack Nicholson y Faye Dunaway en un prodigio de sobriedad; de convencer al espectador que Natassja Kinsky merece el amor del pueblo, o de que Ben Kingsley es una víctima que no rompe un plato aunque, en la escena final, todos queramos que alguien le dé una buena patada en el culo y lo lance por el acantilado; hizo a Mia Farrow adorable, hermosa, bellísima; hizo a sus vecinos y a los vecinos del inquilino diabólicos tan sólo por un plano y un equipo de luces bien utilizado; y Adrien Brody, Adrien Brody: esa nariz que hizo llorar al planeta.
La segunda, su narrativa, singular, práctica, directa, detallista pero precisa, concentrada en planteamientos que son todos clases de cine, en resoluciones vertiginosas: Hitchcock sin prisas (aunque, todo hay que decirlo, también sin la genialidad de la sorpresa o el thriller en un detalle).
Polanski está ya con nosotros. Para siempre.
(I BELIEVE I'M PREGNANT!)
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