miércoles, 17 de septiembre de 2008

En nombre de Morelia, lectora, lector


Piensa, lectora, lector, que vives en una ciudad.

Piensa que esa ciudad tiene tu hogar, tus amigos, posiblemente tu familia, tus compañeros de trabajo, el hombre que te gusta, la mujer que te gusta. Tus bares, tus restaurantes, tus tiendas, tus cines, tus librerías, tu odiado transporte público, tu ruido, el angustioso escándalo de sobrevivir entre gente que se despedazaría si les dieras oportunidad pero que, contra todo pronóstico, se soporta, y admite que puede convivir, que pueden convivir, que te aceptan entre ellos.

Piensa que esa ciudad tiene algo así como un árbol que te produce una especial fascinación. De algún modo curioso, cada vez que pasas junto a él, o que lo recuerdas, dices para ti mismo: "Ése es un buen árbol".

Piensa que es la ciudad donde sales de noche con algo de miedo, pero con mucha curiosidad. Y caminas solo o con compañía, y decides: "Qué bueno es salir de noche".

Allí te venden cigarros y alcohol a deshoras. No seas hipócrita: lo has hecho. Y no podrías hacerlo igual en otra ciudad.

En esa ciudad donde vives está la gente que vive contigo. En esa ciudad podrían vivir tus hijos. O viven allí. En esa ciudad que tienes, que es tuya, que te pertenece, está toda tu vida o una parte enorme de ella.

Llevas tu ciudad contigo.


Piensa que a la gente de Morelia, este 15 de septiembre, le arrebataron, de un golpe, el derecho a vivir su ciudad. Una ciudad ridícula, desordenada, sucia, molesta, vulgar, llena de baches y de colonias nuevas que aparecen de un día para otro, donde convivir con las gasolineras es todo un arte, sobrevivir a los plantones es una obligación y donde no pasa un día sin que una combi amenace llevarte de corbata.

Pero también una ciudad de aromas frescos, entre piedra sana y tierra limpia y cielo saludable. Una ciudad de buenos cafés y asombrosos espectáculos de arte todo el año y bosques valientísimos que resisten en medio de una cuadra y otra. Una ciudad con una avenida que vale la pena caminar cuando la cierran a los autos y la abren a la gente. La ciudad que posee las rocas más hermosas de país. Una ciudad que tiene cerca dos o tres auténticos trozos del mismísimo Paraíso original (¿has ido, lectora, lector, a mirar mariposas?). Una ciudad desde la cual, de noche, se pueden ver las estrellas.

(Y esta vez, curiosamente, la ciudad con la mejor comida de todo el maldito planeta.)

Igual que tu ciudad, lectora, lector.


Piensa que esa ciudad es tu ciudad. Piensa que quieren quitártela. Con granadas de fragmentación o a tiros o con la más indignante corrupción que hemos vivido en años de malos gobiernos en este país. Piensa que esa ciudad es tu ciudad. Piensa que es tuya. Piensa que quieres seguir viviendo en ella y que mereces un poco de calma, un poco de paz, un poco de confianza. Un poco de buenas oportunidades para que un día, cuando el hombre que te gusta o la mujer que te gusta acceda, al fin, a dormir contigo y hacerte el amor, te deje un hijo o una hija y puedas criarlo o criarla felizmente, con dificultades pero felizmente, con muchas molestias pero felizmente al final, en esta ciudad. Sin que nadie le haga daño. Sin que nadie lastime a los que amas.

¿Por qué pueden obligarte a huir de ella? ¿Por qué van a echarte de tu hogar, de tus sitios favoritos, de tu desorden urbano, de tu gente, de tus amigos, de tu empleo?

Y ésa es la clave, lectora, lector:

No pueden.

No pueden echarte de tu ciudad. No pueden quitártela. No pueden arrebatártela y obligarte a andar por ahí, buscando otra.

No pueden hacerte sentir que todos tus años de trabajo duro, de incomodidades, de esfuerzos pequeños pero para ti relevantísimos, no tuvieron ningún sentido. Ésa es tu ciudad. No es de ellos: es tuya. No te la van a quitar: es tuya. Es la ciudad de tus hijos, la ciudad de tu gente. Es tuya.

Es la grosera y sucia ciudad que te tocó, pero es tuya. Y no te la van a quitar.

No me quitarán Guadalajara. No me quitarán Morelia. Ni siquiera permitiré que me quiten mi tan detestado Manzanillo. No me quitarán mi hogar ni los sitios donde desperdicio mi vida ridícula.

Ésta es mi ciudad. Y no van a quitármela.

Aguanta, Morelia. Aguanta, lectora, lector: tienes una ciudad que cuidar y confiamos, todos, en que vas a cuidarla.

No tengas miedo, lectora, lector.

No te dobles. No te encierres en casa, de miedo. No te dejes vencer. Es ahora cuando muestras que vas a defender lo que es tuyo. No estás y no estamos derrotados.

¡NO VAN A QUITARME MI CIUDAD!
En nombre de Morelia y de cada una de nuestras horribles, amadas ciudades: no tengas miedo.

No tengas miedo.

(ESTAMOS JUNTOS EN ESTO)