lunes, 3 de marzo de 2008

Fante


Hay Un mal año en casa. Imposible coger un libro de John Fante y no perderse en la áspera caricia de su prosa sencilla y directa, de su alzarte del cuello con una sola mano para que le oigas decirte que te quiere, de su forma de mostrarte tu amistad como una borrachera en la que insultas y golpeas a tu mejor amigo y descubres que lo amas hasta el tuétano mientras te tumba un diente y le revientas un riñón. Fante sabía narrar: en él había una historia y un rictus de impaciencia ante cualquiera oración que no soportara sencillez y belleza al mismo tiempo. Los cínicos lo encuentran insufriblemente cursi, los envidiosos creen que carece de genio, los hombres decepcionados de sí mismos deducen en cuatro o cinco páginas que Fante fue incapaz de trascender el momento histórico de donde procedió.

Y pueden decir lo que se les antoje: Fante es belleza y dura verdad. Y lo sentimos, bien incrustrado en las fibras más tiesas del corazón, todos. Todos los hombres.

Aquellos que lo nieguen, sépanse más tristemente lamentables que aquellos que lo admiten: es como rechazar que a veces se nos desborda la ternura y nos reímos, o que a veces nos aplasta la desesperación y lloramos. Que somos idiotas ante las decisiones importantes. Que sólo somos grandes en lo superficial, en lo que halaga a nuestra vanidad. Que una sonrisa original de un niño destruye la careta de héroes de Hollywood que más nos gusta. Que la risita coqueta de una mujer deseada nos descompone hasta que extraviamos el mismísimo nombre con que nos bautizaron. Que una fiebre bacterial nos reduce a ridículas pavesas del incendio glorioso que creemos ser.

No iluminamos nada: tan sólo nos vamos quemando. Y a veces, incluso, olemos mal.

Pero a veces el fuego que nos consume eleva a todo el mundo las más fragantes notas. Y Fante lo ve todo. Y escupe a la fogata y luego atiza las llamas y funde unos bombones.

En la discreta intimidad del lavabo, donde no nos ven los hijos. En la obscena compañía de aquellos que amamos, que juzgan que nuestro sentido de humor es reprobable. Allí, donde ratificamos que sólo somos hombres, nos llamamos John Fante. Y todos decimos ese nombre mirándonos en el espejo. Qué vergüenza. Qué bendita locura.

(SE LLAMA UN AÑO PÉSIMO, Y ESO A MÍ NO ME IMPORTA)

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