Lo único que puedo afirmar con confianza en lo que digo —tal es el estado de mi atribulada mente y de mi complicado espíritu— es que recordé una copla infinita que cantaban las niñas cuando yo estaba en la primaria:
Del lago pasa a la casa,
oh, feliz casa,
casa, casín, casón,
con el chibiri, birim, bombón.
De la casa pasa al garrafón,
oh, feliz garrafón,
garrafón, garrafonín, garrafonón,
con el chibiri, birim, bombón.
Del garrafón pasa al vaso,
oh, feliz vaso,
vaso, vasín, vasón,
con el chibiri, birim, bombón.
Y así, hasta que es hartara el maestro o el adulto más cercano.
Horas de diversión.
No como en mi trabajo, caray.
(DEL VASO PASA A LA BOOOOOCA, OH, FELIZ BOOOOCAAAAA)
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