martes, 24 de junio de 2008

Dos películas que ver con whisky en madrugada

1. Yo soy la Juani, de Bigas Luna. De otra manera no pasa, caray. Qué gusto por las chicas: es buen gusto. Qué flexible, el estilo de don Bigas, para entrarle a las ochenta plásticas que es capaz de comprender: si hasta parece que la dirigió alguien mucho más joven. Qué absoluta curiosidad.


2. La sangre brota, el segundo pero primero experimento de Pablo Fendrik (aquí, una ficha técnica). Qué bruto. La cinta fue reconocida en Cannes (pongo ese link pero aquí está además la nota en La Nación), pero eso es lo de menos. Viene a subrayar el notorio éxito de producción y de ejercicio de inteligencia cinematográfica que ya había mostrado Fendrik en El asaltante, mucho más modesta, eso sí, en punto a contenidos. Pero hay esto: una apuesta por buscar una narrativa singular y propia para una historia largamente planeada, ideada detalle a detalle, pero sin regodearse en el detalle: los largos plano-secuencias, el énfasis en la economía de recursos fotográficos, la música (rápido, ¿cómo llamarla?) minimalista, parecen elecciones hechas a favor de la historia, y no solamente como un bonito gesto visual que aporta a la estética (pero, lector, lectora: cuando leas "la estética" léelo con una papa cambray en uno de tus cachetes y sabrás que me refiero a la repulsiva generación de cineastas jóvenes americanos que se atreven a perseguir una "estética" que defienden luego por pura idiotez, para justificar que en sus historias no ocurra nada). La historia en La sangre brota podrá resultarle chocante a mucha gente. A mucha. Pero es fascinante, absorbente y un auténtico ejemplo de buena narración. El guión es un mazazo de largo trabajo frente a la mesa. La edición está impecable (y quiero sospechar que oculta, como debería cualquier buen montaje, los defectos y errores del proceso de producción). Y las actuaciones son de notorias en adelante: sensacional, sobre todo, y por segunda vez, Arturo Goetz.

¿Qué queda? La sensación de que hay directores jóvenes ambiciosos en Argentina, tipos decididos a imponer su estilo y sus temas, con la misma obstinación que un Carlos Reygadas en México, por poner un ejemplo, pero sin las pretensiones excesivas, sin la arrogancia, sin la altanería de los muchisísimos mexicanos que andan por ahí, llorando por una bequita que creen merecerse, mientras abaten al público con sus somníferas, estúpidas y desechables producciones del demonio. ¡Nos urge un Fendrik por acá!

3. Me encontré esto navegando en busca de fotos de La sangre brota (no hallé ni una) y vale la pena leerlo.

(TOMA, GUSTAVITO!!!)

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