viernes, 18 de julio de 2008

Otras notas sobre la depresión

Para la mayoría de la gente con enfermedades, aguantarlas en solitario y luego ceder es el argumento de un martirologio largamente alabado por nuestro mundo. Si alguien tiene cáncer, aguanta solo y luego, agotado, muestra debilidad o exhibe su necesidad de ayuda, entonces es un ejemplo de fuerza y de humano triunfo sobre el destino. "¡Ocultó tantos años ese cáncer!", los admiramos.

Los enfermos de depresión merecen un trato distinto. Si aguantan en solitario y luego ceden, y un día se exhiben débiles, y un día revelan que en realidad han sufrido mucho y ya no quieren seguir aguantando sin ayuda, sin medicación, sin tratamiento, sin terapias, sin un poco de cariño y un extra de atención de parte de los demás, la reacción general es que se trata de tipos egoístas, de tercos y obstinados que se aferraron a una lucha individual y por lo tanto cruel: "¡Si no tiene cáncer! Esa gente sí que sufre". "No pidió ayuda cuando debía; ahora, que asuma las consecuencias". "Ah, claro: es un llorón sin voluntad propia, es un cobarde incapaz de rascarse con sus propias uñas, no sabe lo que es esforzarse de verdad por una vida decente. Claro que necesita ayuda. Y todos los demás estamos en un lecho de rosas, ¿no?".

No critico el esquema de los primeros. Simplemente pienso que, si uno de los miedos mayores de la gente con depresión es confrontar a la gente que lo rodea con la enfermedad que sufre, al menos debería haber una especie de seguro moral de heroicidad o martirismo: sufro, lucho, no puedo; luego, pido ayuda, y me la ofrecerán no por admiración ni por lástima, sino porque entienden que la paso mal.

Lástima. Para los demás, la depresión no es tan mala. Sólo hay que apretar bien los dientes.

¿Es tan difícil darse cuenta que se lo piden a quienes detestan sus propias mandíbulas?

(DAMN IT)

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