martes, 24 de febrero de 2009

Columnas de Milenio

1. Que viva el placeeeer, que viva el amoooor.

2. Antier intentaba definir mi relación con el catolicismo. Dije: "Soy agnóstico". Quizá no lo sea. Quizá sólo soy cristiano, en términos de mi relación con Jesús. La columna de Roberto Blancarte alude a un libro que define con bastante detalle esa relación. Opino que la religión debería ser algo íntimo, privado y casi secreto, algo que se revelara sólo a muy cercanos amigos y seres queridos. Afortunadamente, la historia quiere que creamos la leyenda del Cristo; y yo la creo. Secreta e íntimamente, la creo toda.

3. La columna de Juan Pablo Becerra-Acosta. Me importa. Estoy convencido de que una de las preocupaciones más urgentes de los candidatos y precandidatos en campaña debería ser advertir acciones específicas para resolver los problemas internos de las policías preventivas del país: ¿cómo hacemos para que nuestros policías estén más seguros de que su empleo es digno y decente? ¿Cómo hacemos para que se comprometan con su obligación social? ¿Cómo les garantizamos que sus familias obtendrán beneficios enormes, auténticos privilegios, de la condición que les otorga su empleo? ¿Cómo les decimos: "Hagan esto, y todos los recompensaremos"? Y, en un nivel más personal, ¿cómo hacemos para que los ciudadanos creamos que nuestros policías son servidores públicos que merecen nuestra confianza, nuestra estima y nuestra admiración, que ahora mismo les negamos porque, bueno, la enorme mayoría se lo merece?

Tengo todo el año pensando en el tema, no porque se me vaya a ocurrir una solución, sino porque cada vez me parece más necesario que este país, que se despeña por el abismo del crimen organizado con los ojos cerrados ("si no me pasa a mí, entonces no pasa nada"), le tome la mano a los policías y sienta que puede no tener una relación cordialísima y festiva, pero sí comprometida y seria. Quiero confiar en mis policías: quiero confiar en que me librarán del franelero que amenaza mi auto si no le pago la diaria extorsión, lo mismo que del temible vendedor de droga al por menor que vive en mi cuadra; quiero confiar en que vigilarán mis calles de noche y que, si me ven caminando por allí a las dos de la mañana, no me obligarán a vaciar mis bolsillos nomás porque les parecí sospechoso; quiero confiar en que, si se desata una balacera en avenida Patria a las doce del día un lunes, con las balas yendo hacia todos lados, cuando vea sus lucecitas rojas y azules y reconozca sus bólidos traqueteantes a cien por hora y en sentido contrario por el carril de enfrente, pensaré: "Carajo, al menos ya llegó la policía".

(AHORA SOY LIBRE, QUIERO A QUIEN ME QUIERA...)

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