viernes, 27 de febrero de 2009

Me saqué una espinita atorada durante veinte años

Ayer supe que soy un ruquito y no me molesta. Quiero decir: que incursiono ya con cada paso en el bonito mundo de la gente de treinta, que engorda y se hincha y se ve ridícula tratando de ligar y ahora se emborracha y ya no da risa, sino da pena. Que se arregla lo mismo para ir a una primera comunión que a un concierto de Joan Sebastian. Que se hace cosas en la cara y en el pelo para verse distinta. Que no tiene tiempo ya para nada. Que es feliz pero no quiere porque extraña ser irresponsable y ha advertido que sólo será feliz mediante la vía de sus odiosas obligaciones nuevas. Que ahora se parece a los adultos que criticaba cuando tenía 25 y el mundo parecía gobernado por moluscos mientras la gente valiosa preparaba un épico y florido golpe de estado. Esa gente que finge ser joven, pero ya no lo es.

Estaba rodeado de gente así, unas cinco mil personas, ayer en el auditorio Telmex, viendo a los Hombres G. El consuelo patético es que era el más joven de los que detecté cerca. Después de los treinta, he aquí una anotación, la gente ya no debería bailar, y mucho menos entusiasmarse. Después de los treinta es un pecado perder la compostura. Un pecado estético.

Los Hombres G empezaron a sonar en México cuando yo tenía siete años. Me sé muchas de sus canciones. La verdad es que me gustan. ¡Y eso es espantoso! A la mitad de la mayoría de los coros, me ganaba la risa. Yo estaba feliz, como haciendo una travesura; como si fuera una soltera en su despedida y le mirara la corbata de moño al estríper. Feliz, cantaba en voz alta, con los gritos de dos gordas por detrás y los brinquitos de un petardo con su novio petarda perfumados con perfume pirata del Tianguis del Sol.

Y estaba feliz.

El Info puso video y fotogalería. No puedo con la pena, sobre todo porque anoche estaba Iron Maiden en la ciudad. Damn, qué mala persona soy. Perdonadme, dioses del metal.

Los Hombres G me divirtieron. Y lo supe: estoy viejo. No le tengo paciencia a la gente y quiero insultar a cualquiera que opine distinto que yo. A todos los veo más vulgares que nunca; a todos, más estúpidos.

Y luego volteo y estoy cantando aquello de: "Es inútil que sigas mintiendo, no me puedes engañar...".

Por eso digo que me saqué una espinita atorada durante veinte años: la cicatriz dice: "Treinta" y, si te fijas bien, se lee: "Treinta, digo: ya tienes casi treinta años y te ves mal".

Supongo que el pecado se redondea de esta manera:

me río de mí mismo; lo que significa que conservo el sentido del humor.

Sentido del humor de un treintón.

Ja.

Bienvenida, vida corriente de los seres humanos.



(¡ME TIENES HASTA LA BANANA!)

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