“¿Qué adelantas sabiendo mi nombre? Cada noche tengo uno distinto y, siguiendo la voz del instinto, me lanzo a buscar...”. “Imagino, preciosa, que un hombre…”. “Algo más: un amante discreto que se atreva a perderme el respeto... ¿no quieres probar? Vivo justo detrás de la esquina, no me acuerdo si tengo marido, si me quitas con arte el vestido te invito a champán...”. Le solté al barman mil de propina, apuré la cerveza de un sorbo (acertó quien El Templo del Morbo le puso a este bar). Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.
Al llegar al portal, nos buscamos como dos estudiantes en celo; un piso antes del séptimo cielo se abrió el ascensor. Nos sirvió para el último gramo el cristal de su foto de boda; no faltó ni el desfile de moda de ropa interior. “En mi casa no hay nada prohibido, pero no vayas a enamorarte, con el alba tendrás que marcharte para no volver, olvidando que me has conocido, que una vez estuviste en mi cama; hay caprichos de amor que una dama no debe tener”. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.
“Es mejor”, le pedí, “que te calles, no me gusta invertir en quimeras: me han traído hasta aquí tus caderas, no tu corazón”. Y después, ¿para qué más detalles? Ya sabéis: copas, risas, excesos, ¿cómo van a caber tantos besos en una canción? Volví al bar a la noche siguiente a brindar con su silla vacía, me pedí una cerveza bien fría y entonces no sé si soñé o era suya la ardiente voz que me iba diciendo al oído: “Me moría de ganas, querido, de verte otra vez”. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.
(NO ES RECONCILIACIÓN: ES PURA GANA DE UN DÍA)
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