lunes, 25 de agosto de 2008

Tras largos años de poner distancia, esta mañana desperté soñando esta canción


“¿Qué adelantas sabiendo mi nombre? Cada noche tengo uno distinto y, siguiendo la voz del instinto, me lanzo a buscar...”. “Imagino, preciosa, que un hombre…”. “Algo más: un amante discreto que se atreva a perderme el respeto... ¿no quieres probar? Vivo justo detrás de la esquina, no me acuerdo si tengo marido, si me quitas con arte el vestido te invito a champán...”. Le solté al barman mil de propina, apuré la cerveza de un sorbo (acertó quien El Templo del Morbo le puso a este bar). Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.

Al llegar al portal, nos buscamos como dos estudiantes en celo; un piso antes del séptimo cielo se abrió el ascensor. Nos sirvió para el último gramo el cristal de su foto de boda; no faltó ni el desfile de moda de ropa interior. “En mi casa no hay nada prohibido, pero no vayas a enamorarte, con el alba tendrás que marcharte para no volver, olvidando que me has conocido, que una vez estuviste en mi cama; hay caprichos de amor que una dama no debe tener”. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.

“Es mejor”, le pedí, “que te calles, no me gusta invertir en quimeras: me han traído hasta aquí tus caderas, no tu corazón”. Y después, ¿para qué más detalles? Ya sabéis: copas, risas, excesos, ¿cómo van a caber tantos besos en una canción? Volví al bar a la noche siguiente a brindar con su silla vacía, me pedí una cerveza bien fría y entonces no sé si soñé o era suya la ardiente voz que me iba diciendo al oído: “Me moría de ganas, querido, de verte otra vez”. Peor para el sol, que se mete a las siete en la cuna del mar a roncar mientras un servidor le levanta la falda a la luna.

(NO ES RECONCILIACIÓN: ES PURA GANA DE UN DÍA)

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